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06
ENE
2016

El infierno está vacío y los demonios están entre nosotros

El toro de Wall Street.
El toro de Wall Street.
No pasa día que no aporte un elemento más a la crisis del sistema patrocinado por el capitalismo salvaje.

“El infierno está vacío y todos los demonios están aquí”, la frase de William Shakespeare en “La Tempestad”, define muy bien la naturaleza de los tiempos que vive el mundo que nos incluye. Nunca antes la paranoia del sistema capitalista se había expresado con tanta largueza y en un sinfín de escenarios como en el presente. Desde la visión de la prensa corporativa, este caos se organiza, de manera superficial, poniendo de relieve iniciativas políticas que siempre muestran los esfuerzos de los hombres públicos por escapar de la crisis, puntualizando la racionalidad que se supone contienen las entrevistas, cumbres y congresos que se presume han de tratar con hechos como el cambio climático, el terrorismo, las guerras, la violación del derecho internacional, el hambre y la miseria que se acumulan en tantos rincones del mundo; los flujos migratorios, la desesperación de los refugiados y una economía que, pese a la magnitud de los recursos productivos, financieros y técnicos de que dispone, lejos de volcarlos a la resolución o al menos la paliación de los males, procede a encerrarse cada vez más en sí misma y a perseguir una cada vez mayor concentración del beneficio en menos manos.

La prensa oligopólica refiere siempre la culpabilidad del estado de cosas no a las grandes potencias, sino a los fanatismos, los nacionalismos (de los otros, se entiende), a las tiranías violadoras de los derechos humanos, al islam, al choque de las civilizaciones; a los populismos, al estatismo que interfiere en el libre desarrollo de la economía de mercado y al demonismo supuestamente incomprensible que impregna a unos sujetos predispuestos a hacerse volar por los aires junto a una muchedumbre de inocentes. Que se configuran así en la cifra y el símbolo de la locura de nuestro tiempo.

Al analizar este largo elenco de horrores el discurso oficial o discurso único apela a la retórica: no menciona al sistema capitalista que nos rige y a la pretensión hegemónica que su exponente más destacado y sus socios tienen respecto al resto del globo. Se trata de una aspiración de dominio que no es de hoy, que hunde sus raíces en la historia y que ha costado a la humanidad, en los últimos cien años, dos guerras mundiales y un sinfín de conflictos de baja, mediana y gran intensidad.

La actual marcha hacia el abismo comenzó en el mismo momento en que se hundió la Unión Soviética. A partir de entonces se introduce un desequilibrio geopolítico que generaliza el caos, debido a la voluntad estadounidense de aprovechar la ocasión para imponer una globalización asimétrica que asegure su hegemonía. Ha habido diversísimas agresiones –económicas, militares y mediáticas- que se desparramaron por el mundo desde ese instante. Podemos enumerar algunas: la fragmentación sangrienta de Yugoslavia, el estímulo a los fundamentalismos más regresivos en el mundo musulmán, la gigantesca provocación del 11/S; las invasiones a Afganistán e Irak que se urdieron en su estela; los llamados asesinatos selectivos y sus “efectos colaterales”; la privatización de la guerra a través de la multiplicación de las empresas de seguridad que contrata Washington y que tienen carta blanca para actuar al margen de toda ética, como Blackwater, ahora Academi; la tortura legitimada por películas desprovistas de vergüenza; la explotación de la primavera árabe transformándola en un ariete para la fragmentación y destrucción del estado y la sociedad en Libia; el fomento de la guerra civil en Siria, la invención del Isis, monstruo salido de la caja de Pandora de los servicios de inteligencia norteamericano, turco, saudita y quizá también israelí; la extracción de Ucrania del área de influencia rusa atrayéndola a la Unión Europea por métodos golpistas, y la instalación de bases y sistemas de armas sofisticados en los países bálticos y en Polonia... A esto cabe sumar la nada banal transferencia del eje de la geopolítica norteamericana al área Asia-Pacífico, proclamada por Obama, con el propósito de frenar a China, y la actual movida desestabilizadora que tiene lugar en Latinoamérica, que usa a la presión mediática, la intoxicación informativa, la corporación judicial y los errores y las grandes limitaciones de los movimientos nacional-populares que habían crecido en los últimos 18 años, para ponerlos contra la pared y, en un caso, el argentino, desalojarlos del gobierno con expedientes legales, por medio de una elección cuyas “mieles” apenas estamos comenzando a saborear.

Los obesos dueños del petróleo

De momento, sin embargo, el primer plano de la escena sigue siendo ocupado por la presión contra Rusia y el incendio del medio oriente. Es aquí donde, en este mismo instante, la temperatura sube de forma vertiginosa gracias al protagonismo de Arabia Saudita. A pesar de ser un reino feudal, caracterizado por la sujeción de la mujer a la sharia, por políticas penales salvajemente represivas y por ser proveedor de los precursores del “califato islámico” o Isis, Arabia Saudita es un socio privilegiado de la democracia norteamericana. Es uno de los países con el más elevado coeficiente de penas capitales en el mundo. El régimen wahabita extermina a delincuentes comunes y a cuestionadores del régimen sin distinción de rubro ni edad. El sábado pasado ejecutó por decapitación a 47 opositores. Entre ellos se encontraba el clérigo chiita Nimr Baqer-al Nimr, que se había distinguido por su oposición a la monarquía de Saud. Había sido animador del alzamiento popular en la provincia oriental saudita y en el estado insular de Bahréin al comienzo de la primavera árabe, pero no había cometido ningún acto violento. El eco suscitado por esta bestialidad en el mundo musulmán no se ha hecho esperar. En Teherán la multitud atacó la embajada de Arabia Saudita y, en represalia, Riad rompió sus relaciones con Irán, imitada por otros gobiernos del Golfo que se mueven en su estela.

El régimen saudita corre por una estrecha cornisa al lado del precipicio. El apoyo norteamericano, en aras del cual está practicando un tremendo dumping petrolero que debería ayudar a EE.UU. a sofocar la economía rusa y a estrangular a la venezolana, está costando mucho dinero a la monarquía. Los magnates del crudo pueden sobrellevarlo, pues disponen de enormes sumas dispersas por el globo. Su actitud, por otra parte, está dentro de los parámetros de su inserción en la maquinaria estratégica que lleva al sojuzgamiento de los pueblos árabes apretados en la morsa que forman la OTAN, Israel y los regímenes colaboracionistas con este esquema. Pero los trabajadores locales o inmigrantes que operan en la explotación del petróleo no deben estar corriendo la misma suerte. La intervención de Riad en Yemen, donde ha originado ya unas siete mil muertes civiles por efecto de los bombardeos que dirige contra la insurgencia chiita, también está alimentando la bomba de tiempo a los pies del rey Salmán bin Abdulaziz.

Las potencias occidentales, que se derriten hablando sobre los derechos humanos, no explican por qué siguen sosteniendo a este horrendo régimen, pero esto ni a los medios ni a la opinión pública de los países dominantes parece importarle mucho.

Colofón argentino

En este sucinto despliegue de horrores es inevitable traer a colación, a modo de coda, la decadencia que aflige a la Argentina. Aquí también hay un símbolo y una clave para este fenómeno: la fuga de tres criminales de gran peligrosidad de un penal que se presumía era de alta seguridad, por medio de expedientes que serían risibles si no fuera porque su mismo carácter elemental, está abriendo una sumatoria de hipótesis que no hacen sino ahondar el misterio que rodea a esta fuga y a las conexiones políticas, policiales, mediáticas y delincuenciales que tejen una espesa trama en su torno. La inepcia voluntaria o involuntaria (¿cómo saberlo?) de los servicios de seguridad a la hora de reaccionar ante la evasión, la lluvia de imputaciones aventuradas que se disparan de uno a otro extremo del espectro político, la evidencia de que el narcotráfico ha inficionado a algunos grupos de poder; la impunidad con que se circula por alguno de sus vasos comunicantes, como las barras bravas, dibujan un panorama que nada autoriza a suponer que vaya a verse revertido por el actual gobierno, una de cuyas primeras medidas ha sido sustraer a la mitad de la Policía Federal de sus tareas genuinas que abarcaban a la totalidad del país, para sumarla a los efectivos de la Policía Metropolitana. Esto es, a los dependen de la autoridad de la CABA, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. O el Artificio Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires, como la ha calificado el ingenio cínico de Jorge Asís. El hecho mismo de la existencia de este ente que en cierto modo pretende reemplazar a la Capital Federal, es un dato más de la decadencia que nos aflige.

 De alguna manera nos han retrotraído a los tiempos anteriores a la revolución de 1880, con la que el general Roca terminó el ciclo de las discordias argentinas en el siglo XIX, y salvó la unidad de la República. 

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