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29
ABR
2014

La prensa monopólica y el derrotismo cultural

La forma más efectiva de mantener a un pueblo en una situación semicolonial o dependiente, es insuflarle desconfianza en sí mismo.

La prensa monopólica, es decir, los diarios y los medios audiovisuales que están enfeudados al sistema que ha moldeado al país como una entidad económica e ideológicamente dependiente, hacen gala en los últimos tiempos de una desvergüenza sin paralelo. A medida que se aproxima el año electoral, ese descaro se pronuncia. No es nuevo, pero se ha de convenir que la práctica se pronuncia. Cualquier recurso parece válido. El tratamiento de la noticia en esos órganos tuerce el sentido de la información sin preocuparse ni poco ni mucho de la exactitud que deben tener sus dichos. Con frecuencia los titulares anuncian una cosa que, si se lee detenidamente el texto del cual surge, se constata que es el resultado de interpretación forzada de este. Total, como mucha gente no pasa de los titulares o de la lectura de la bajada de una noticia… También está el recurso, por supuesto, de la mentira pura y simple, que repetida con constancia, termina filtrándose en el inconsciente del lector-telespectador-auditor, convirtiéndose en verdad revelada.

Hoy en nuestro país el rasgo que caracteriza a la distorsión informativa es la persistencia maniática en refregar por la cara temas que son reales y están por cierto muy presentes en la vida diaria, como la inflación y sobre todo una inseguridad creciente; pero que, machacados sin tasa, se agigantan hasta convertirse en fenómenos capaces de saturar la conciencia del público, induciéndolo a una angustia frente a las cosas que debería generarle un fuerte encono contra el gobierno, presunto responsable de ese descontrol. En lo referido a la inseguridad y habida cuenta de que quienes cometen delitos callejeros suelen provenir de sectores deprimidos de la sociedad, este machaconeo es también una forma eficiente de alborotar el racismo larvado de parte de la clase media argentina -que detesta a la base trigueña que ha solido sustentar a todo  movimiento nacional-, que pide orden y que extraña, sin terminar de confesárselo abiertamente, los tiempos del proceso.

Mientras tanto, las causas reales y profundas del desasosiego social y de los tropiezos reiterados que registra la historia de nuestro país, son sistemáticamente dejados de lado y escamoteados al conocimiento de quienes deberían tenerlos presentes para juzgar con algo de ecuanimidad y de percepción crítica al presente que los rodea. Este es un defecto que afecta también, aunque en mucho menor medida, a la prensa oficialista, pero en los medios opositores a que nos referimos esa superficialidad y esa propensión a sobrevolar las cosas se agiganta enormemente. Todos ellos se cuidan muy bien de asociar la inseguridad, por ejemplo, a la catástrofe que engendró el programa neoliberal de los 90 y el genocidio social que se consumó por esos años.

La ecuación oligárquica que  ha modelado para mal los destinos del país, consiste en la apertura irrestricta al mercado externo, el achicamiento del interno; privatizaciones acordes al revelador acto fallido del ex ministro Dromi –“todo lo que deba pertenecer al Estado no pertenecerá al Estado”-, una economía ceñida básicamente al sector rural y una política exterior distinguida por el seguidismo automático del interés de las potencias imperiales.  Desde esta composición de lugar el sistema no tolera siquiera el moderado nacionalismo ni las muy ponderadas políticas sociales de esta administración.

En lo referido al nacionalismo, al grupo que patrocinó la experiencia neoliberal le importa aumentar el complejo de inferioridad que algunos sectores padecen frente a los países dominantes. La prensa que le responde se prende a cuanta información proveniente del exterior que pueda profundizar el desdén hacia nosotros mismos. Este autodesprecio funciona como un mecanismo que induce al derrotismo y a imaginar que el país no tiene posibilidad alguna de elevarse por sí mismo a un  nivel de potencia y de armonía social acorde con sus posibilidades. Que sin duda no son las de los superestados o las del Brasil, por ejemplo, pero que son muy ricas y podrían convertir a Argentina en una potencia de segundo orden inserta en un conglomerado latinoamericano que, este sí, podría erigirse en un factor dotado de autonomía y de peso propio en un mundo que en estos momentos aparece como peligrosísimo y desgarrado por la lucha entre un proyecto hegemónico –el de Estados Unidos y sus socios- y otro multipolar que tiene como cabezas a Rusia y China, y que está en vías de incorporar a otros actores de primera fila, como India y Brasil.

Sin embargo, “nuestra prensa seria” –que no es ni nuestra ni seria, sino el altavoz del interés sistémico- no pierde ocasión de bombardear toda concepción que apunte a considerarnos como parte interesada en ese conflicto geopolítico. Debemos ser obedientes peones de un juego que no nos pertenece, sino que corresponde al imperio de turno en colusión con el cual trabaja el grupo de poder instalado entre nosotros.

Dentro de este esquema uno de los métodos favoritos para promover la autodenigración es   ningunear un tema que justamente se inserta con claridad en el problema geopolítico a que nos referimos: Malvinas. De lo que se trata es vaciarlo de sus contenidos heroicos para subrayar o incluso inventar sus rasgos negativos tras la cobertura de una falsa objetividad. El cretinismo de esta postura se puede percibir en los análisis que en esos medios se formulan en torno al tema. El pasado 26 de marzo, por ejemplo, en las páginas de lo que se ha convertido en el apéndice cordobés del monopolio, hubo ocasión de leer la reproducción integral de un artículo publicado por el diario francés Le Monde a propósito del conflicto del archipiélago, titulado “Las Malvinas no son argentinas”.  Insertar ese texto sin acompañarlo de al menos una reflexión crítica respecto a él implica aceptar sus contenidos.

Esta adhesión implícita, por otra parte, suele ponerse de manifiesto en el blog en el que apareció el comentario, siempre predispuesto a enarbolar una comprensión hacia los isleños que quiere pasar por objetividad, pero que, en suma, no es otra cosa que la asunción de la subjetividad de estos y, sobre todo, la de la potencia que los tutela, Gran Bretaña. La subjetividad de esta última, sin embargo, no es determinada por consideraciones vinculadas a una adhesión emotiva al entorno panorámico y cultural en que los kelpers viven , sino a datos económicos y sobre todo geoestratégicos que hacen del archipiélago un punto de elección para controlar la circulación entre el Atlántico y el Pacífico, y el acceso a la Antártida. ¿O es creíble que Inglaterra, a 14.000 kilómetros de distancia, mantenga una base con 1.500 efectivos, aviones y barcos para custodiar a 2.000 isleños de una amenaza militar por completo inexistente?

El contenido del artículo del diario francés es previsible  aunque no por ello menos detestable. La nota baraja argumentos provistos  por la propaganda británica y por cierto progresismo argentino que no discierne entre lo sustancial y lo accesorio en el devenir histórico y antepone los principios éticos abstractos a la defensa de la supervivencia nacional. Ello lo ha llevado a condenar en bloque a los exponentes de la dictadura militar y a descalificar la empresa de Malvinas como una aventura criminal, imaginada para escapar de una situación interna que se le hacía difícil al régimen. En la línea de Beatriz Sarlo, el periódico francés arguye que la “Argentina nunca procedió a un examen de conciencia sobre esta vergonzosa adhesión de la opinión pública al nacionalismo de la dictadura”.

Esto lo expresa un medio representativo de la cultura de un país imperialista que atropelló, sojuzgó o mató o millones de seres humanos en los territorios coloniales que se adjudicó, en nombre de la civilización, el progreso y la misión de un nacionalismo eurocéntrico que, en esas circunstancias, no era otra cosa una voluntad de apropiación y saqueo en provecho de las clases dirigentes del país imperial.

“Liderados por oficiales cobardes, incompetentes  y deshonestos, lanzados a la aventura por un presidente borracho, los argentinos sufrieron una aplastante derrota, sin que nadie fuera en su ayuda”, dice Le Monde aludiendo a Malvinas.

Lo canallesco de esta tirada, henchida de mentiras, incomprensión y estupidez, no merece, de parte del diario argentino que la reproduce, ninguna observación. Todos sabemos que la empresa Malvinas estuvo mal concebida, mal comandada y que hubo un gigantesco error de cálculo, probablemente inducido, en lanzarse al combate creyendo que Estados Unidos se pondría de nuestro lado o al menos mediaría activamente entre las partes. Pero, pese a todas estas deficiencias, con gran sacrificio y combatiendo en condiciones desiguales, se mandó al fondo o se averió a más de la mitad de la flota de la fuerza de tareas inglesa y las tropas británicas hubieron de luchar muy duramente para abrirse paso hasta Puerto Argentino. De hecho, como lo ha reconocido incluso el bando imperial, a través de una autoridad tan calificada como Paul Kennedy, de no haber existido el sostén logístico norteamericano que abasteció a los ingleses con misiles Sidewinder, combustible e información satelital, el resultado de la batalla pudo haber sido muy otro.

No hubo pues nada de vergonzoso ni de aplastante en la derrota en sí misma. Lo vergonzoso vino después, cuando se escamoteó a los combatientes que regresaban el homenaje que merecían y cuando durante décadas hemos tenido que soportar discursos “desmalvinizadores” que tenían y tienen como propósito rebajar la idea que podemos tener de nosotros mismos. El victimismo en vez del heroísmo fue la tónica de la mayor parte de las evocaciones artísticas de esa batalla. Es en este contexto también que se engancha la prédica contra Roca, que tuvo la insolencia de federalizar Buenos Aires y ocupar la Patagonia, conformando así las fronteras de la Argentina de hoy. Pero Roca ha sido demonizado por las ONG y por los indigenistas, y de esta prédica se carga también el discurso del diario francés, cuando arguye que los kelpers después de todo no ocuparon las islas en detrimento de la población originaria, “como al contrario hicieron los argentinos” en su propio territorio.

No, no lo hicieron, porque marinos británicos se habían ocupado primero de echar a los paisanos criollos y a su gobernador. Pero esto parece no ser necesario que se lo tome en cuenta…

No decir nada de esto y reproducir sin comentarios la tirada de Le Monde es coincidir con la prédica imperialista, que aburre, pero que a fuerza de ser repetida inficiona la psicología nacional y por ende la voluntad de pararnos sobre nuestras propias piernas. Fomentar el complejo de inferioridad y denigrar la autoestima de los pueblos en situación de dependencia ha sido siempre el arma más eficiente para preparar y consolidar su sometimiento.

Luchar  contra esta agresión sutil y ponzoñosa no es fácil. Pero hay que hacerlo. Iluminar el escenario con las armas de la crítica, abordando la realidad en su compleja dimensión de pasado, presente y posible futuro; fortificar la economía, fomentando el desarrollo y dotándose de los instrumentos y de la estrategia para la defensa; comprender al mundo desde una perspectiva cartográfica que obvie la proyección Mercator y nos haga mirarlo desde nuestra posición en el globo terráqueo y en nuestra inserción en un mundo cultural que ostenta rasgos propios, iberoamericanos, son requisitos esenciales para librar esa batalla.

La ingenuidad de muchos que se deslumbran ante, pongamos, la aparente generosidad del ecologismo y de las causas genéricamente humanitarias, no es recomendable. Hay que analizar cuáles son los componentes legítimos de ellas y cuáles no;  y quienes leen la prensa diaria deben ponerse en guardia en torno a la manera en que esta tiene de presentar, deformar u ocultar datos que son esenciales para la comprensión de mundo que nos rodea y de los hechos que nos afectan directamente. De otra manera el condicionamiento del aparato cultural sistémico seguirá oscureciendo los objetivos hacia los cuales la sociedad argentina debe moverse, y nos hará repetir hasta el hartazgo el círculo vicioso en el cual con tanta frecuencia hemos quedado entrampados.

 

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