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21
AGO
2013

De la primavera árabe a un verano de pesadilla

Ante la situación egipcia no caben los lugares comunes del democratismo abstracto. Es una situación caótica generada históricamente, y los dilemas que allí se plantean pasan por la lucha entre la integración y la disolución nacional

Egipto vacila al borde del caos. El ejército limpia los acampamentos de los Hermanos Musulmanes en plazas y mezquitas y mueren centenares de personas, pero esto no disuade a los integristas, que siguen reclamando el retorno de Mohamed Mursi al gobierno del que fue arrojado a principios de julio por enormes manifestaciones populares a las que el ejército terminó liderando. Los gobiernos occidentales expresan su preocupación por lo que afirman es una represión desmedida y Estados Unidos cancela las maniobras militares que había de realizar junto a las fuerzas armadas egipcias, aunque no les suspende la provisión de pertrechos. Tayip Erdogan, el presidente islamita turco, que tiene sus propios y graves problemas, pone sus barbas a remojar y condena enfáticamente al gobierno militar egipcio. La tónica general de la prensa occidental, tanto en los medios vinculados al establishment como en algunas publicaciones alternativas y de izquierda, fustiga el accionar del actual hombre fuerte de Egipto, el ministro de Defensa general Abdel Fatah el Sisi. El recuento oficial de víctimas es escalofriante: hasta el domingo se contaban 750 muertos, de los que 70 eran miembros de las fuerzas de seguridad. Lo cual indica, de paso, que hay signos manifiestos de guerra civil en el país del Nilo.

Existe gran insuficiencia en la información referida a los antecedentes del problema de parte de los medios. Esto no es infrecuente y en ocasiones puede ser casual, fruto de la ignorancia, pero en otros casos con seguridad responde al propósito de dejar a la opinión en el limbo. Es así que la mayoría de los medios están dando por sentado que el general Sisi representa un retorno al régimen de Hosni Mubarak. En alguno de ellos se pontifica incluso que Egipto está retornando al sistema de gobierno que le habría sido connatural a partir de la revolución (a la que se agravia llamándola golpe) de julio de 1953, la que llevó a Gamal Abdel Nasser al poder.

Esto es un desatino que requiere respuesta. El movimiento militar del 53 fue la rebelión del movimiento de los jóvenes oficiales decididos a terminar con el régimen corrupto del rey Faruk y resueltos a acabar con el tutelaje y ocupación británicos. Dicho movimiento se expandió a casi todo el mundo árabe y fue una de las facetas más avanzadas de la revolución colonial. Nasser fue una de las figuras del Tercer Mundo que, en plena guerra fría, junto al mariscal Tito, a Jawaharlal Nehru y a Chou en Lai, dieron vida al movimiento de los países no alineados.

La muerte de Nasser, el reflujo de la revolución árabe y la reconversión del nacionalismo militar en un despotismo posibilista vinculado prioritariamente con Estados Unidos determinó el estancamiento de Egipto. Anuar el Sadat primero y, tras su asesinato por integristas islámicos, Hosni Mubarak, condujeron al país a una situación de sofoco que se acentuó con la aplicación del programa del neoliberalismo. La “primavera árabe” fue fruto de la rebelión contra la postergación de las aspiraciones populares. Corrupción y sobre todo inmovilismo terminaron haciéndose insoportables, sobre todo para los sectores jóvenes de la población.

El fenómeno integrista

En el ínterin, sin embargo, había crecido el integrismo, corporizado en la Hermandad Musulmana. Venía a llenar el hueco dejado por la decadencia del nacionalismo y socialismo laicos, posterior a la muerte de Nasser. Esta agrupación nació a finales de los años 20 del siglo pasado como un movimiento religioso, político y panislámico, opuesto a los regímenes modernizadores y fue también antibritánico durante el período de la ocupación inglesa, aunque hay quienes entienden que su posición respecto a este fue bastante ambigua. Su aspiración es volver a un modelo social basado en el Corán, que debería ser “el único punto de referencia para ordenar la vida de la familia musulmana, de la vida individual, de la comunidad y del Estado”. Esta prédica fue acompañada por una práctica social que hizo hincapié en el socorro a los más necesitados, lo que le confirió mucho arraigo en esos sectores. La Hermandad rebasó pronto las fronteras de Egipto y se extendió a todo el mundo musulmán, en el cual ha sido protagonista de primera línea de acontecimientos políticos y militares de distinta laya. Es la primera sostenedora de Hamas, el movimiento que resiste a los israelíes en Gaza. Pero aunque de ella se desprendieron elementos que se unieron grupos terroristas que se vieron involucrados en atentados y guerras civiles, tanto en Egipto como en otros países, no cabe confundirla con Al Qaeda u otros movimientos de fanáticos radicales; en general se ha revelado políticamente pragmática, a pesar de su adhesión inquebrantable a los principios religiosos.

En las elecciones posteriores al derrocamiento de Mubarak la Hermandad Musulmana se impuso por un estrecho margen. No había sido la protagonista principal de los disturbios; el movimiento Tamarod, juvenil y laico, había sido el actor preponderante. La Hermandad su sumó a último momento, posicionándose así para participar en unas elecciones en las cuales Mursi obtuvo el 25 por ciento de los votos, contra el 24 por ciento de Ahmed Shafik, último primer ministro de Mubarak, y contra el 21 por ciento de los sufragios recolectados por Hamdin Sabbahi. Esta es tal vez la figura más interesante del panorama político egipcio, un intelectual y literato con vasta experiencia en los medios, cuya disidencia con el régimen de Mubarak lo llevó a ser encarcelado en 17 ocasiones. Fundador del partido Dignidad, Sabbahi reivindica la experiencia del nasserismo y solicita para Egipto la instalación de un régimen democrático y cuya economía siga los lineamientos del capitalismo de Estado, ajeno por completo a las pautas neoliberales aplicadas tanto por el régimen de Mubarak como por el breve gobierno de Mohamed Mursi. 

El gobierno de la Hermandad Musulmana no alteró los lineamientos económicos del anterior régimen, respecto al cual, por otra parte, nunca se había definido netamente en contra. En su lugar tomó decisiones ofensivas para el espíritu laico y modernizador y no reprimió la violencia creciente de sus seguidores más fanáticos contra el cristianismo copto (el 10 por ciento de la población) y contra quienes no simpatizaban con su programa regresivo en materia cultural. El curso invariable impreso a la economía, que se cortaba sobre el mismo patrón impuesto por Mubarak, terminó de alterar los ánimos y precipitó las manifestaciones callejeras que retomaban los eslóganes del movimiento Tamarod y de la Plaza Tahrir. La represión hizo correr mucha sangre. Se insinuaba una guerra civil, que el ejército salió a contener. Las fuerzas armadas no participaron en la represión y terminaron apoyando al pueblo en la calle, lo que determinó el fin del gobierno de la Hermandad Musulmana y el encarcelamiento de su jefe.

Los seguidores de la Hermandad, sin embargo, lejos de amilanarse, se han manifestado intratables. Rechazan cualquier salida política que no devuelva al poder al presidente depuesto y se han lanzado a una campaña de rebelión en la cual han atacado oficinas gubernamentales y han aterrorizado a los vecinos de los barrios donde han acampado. Han puesto a la sociedad egipcia en una situación insostenible y muy explosiva. El gobierno provisional instalado por los militares no encontró otra salida que la represión, con todo lo que esto conlleva. Se ha instalado así, en Egipto, una situación cuyos desarrollos son difíciles de pronosticar. Como se ha visto en el caso de Siria, un espacio recorrido por semejantes tensiones abre un campo propicio para el ingreso en la liza de las facciones más radicales del fundamentalismo islamista. Y estas suelen ser manipuladas a conciencia por los servicios de inteligencia occidentales, como se ha visto en los casos de Libia y Siria; aunque representen, en sí mismas, un factor imprevisible.

 

 

¿Qué se propone el imperialismo en Egipto?

Sería un error suponer que la situación egipcia se ha generado por sí sola. Es parte de la agitación promovida por la “primavera árabe”, un vasto movimiento de rechazo contra la falta de representatividad de los regímenes corruptos y contra las políticas impuestas por la globalización y el neoliberalismo. Movimiento amenazante para el imperio, ha determinado que este se vuelque a un activismo que busca contrarrestar su potencialidad revolucionaria apelando a recursos de una desvergüenza y ferocidad sin límite. Primero trató de mezclar los tantos asumiendo como legítimos los reclamos del pueblo árabe, para seguidamente buscar anularlos a través del principio del Gatopardo: cambiar algo para que nada cambie. Se alentaron las tendencias divisionistas y los confesionalismos, haciéndolos pasar como la legítima expresión de la voluntad del pueblo; se buscó instrumentar al integrismo de raigambre popular volviéndolo contra los sectores laicos o cristianos, y se pusieron en marcha dos operaciones en gran escala para derrocar a líderes desafectos asentados en encrucijadas estratégicas o provistas de recursos energéticos o acuíferos codiciables. En Libia la jugada tuvo éxito, Muammar Gaddafi fue asesinado y el país, si no formalmente, sí en la práctica, se dividió en dos secciones, Cirenaica y Tripolitania. Con el aporte de mercenarios occidentales y de jihadistas reclutados entre los rangos de las mismas organizaciones terroristas que Occidente denuncia, se puso en marcha un operativo que contó con apoyo aéreo y logístico de la OTAN, además de una cobertura informativa infame. En Siria el emprendimiento se ha revelado más difícil: la obstrucción rusa y china a los intentos de deslegitimar en las Naciones Unidas al gobierno de Bagdad, y la eficacia del ejército sirio a la hora de enfrentarse a las hordas jihadistas, pusieron las cosas en una situación de empate que ahora se está alterando de manera manifiesta a favor del gobierno.

¿Qué quiere entonces Occidente de Egipto? Egipto es la primera potencia del mundo árabe y dispone -y padece- de una situación geopolítica importantísima: está a caballo del paso entre el Mediterráneo y el Mar Rojo. No puede volver al régimen de Mubarak y no puede aceptar un régimen que postule la ley de la sharia. Como otros países de la región, aunque con características particulares, está dividido dentro de sí mismo. Hay un Egipto urbano, Alejandría y El Cairo, en particular, que es poco permeable al islamismo. Pero en el sur la situación no es la misma y se podría asistir a un flujo de elementos fundamentalistas hacia esa zona, y viceversa, en particular si la situación actual se complica aun más y si los enfrentamientos toman el carácter de una confrontación abiertamente confesional, con los riesgos de “limpieza étnica” y genocidio. Por de pronto las guerrillas integristas del Sinaí han multiplicado su accionar contra puestos militares a partir de la caída de Mursi. Sólo el pasado lunes veinticuatro policías murieron en una emboscada tendida allí por los fundamentalistas.

Tal vez el crecimiento y una eventual victoria electoral de Hamdin Sabbahi podría comenzar a curar la división en la sociedad egipcia, pero para ello hay que recorrer un largo trecho todavía. Un trecho que estaría sembrado de obstáculos. De momento la intervención del ejército en la política es inevitable. Pero, ¿cuál es la relación de fuerza dentro de ese organismo? ¿Retomará el curso del nasserismo y respetará el reclamo popular en el sentido de buscar una salida social, nacional y regional al impasse, o la simbiótica relación que mantuvo durante décadas con el Pentágono hará inclinarse la balanza hacia los sectores del mubarakismo? No es demasiado tranquilizador enterarse  que Arabia Saudita respalda, de momento al menos, al gobierno provisional egipcio.

En última instancia la cuestión es saber si los agentes externos dejarán a la sociedad egipcia libre para reglar sus diferencias de acuerdo a su propia ecuación de poder. Ello comportaría muchos sacrificios, pero pondría las cosas en claro en un lapso relativamente breve. No es creíble que en una situación de este tipo el fundamentalismo, que debería enfrentar a un gobierno militar y a la sustantiva opinión que lo respalda, pueda ganar la victoria. Otra cosa será si la OTAN se inmiscuye en forma directa.

Pero, ¿se puede imaginar que ese organismo y su cabeza, el gobierno de Washington, no estén ya involucrados?

(Fuentes consultadas: Ria Novosti, Al Ahram Weekly, Reconquista Popular, Wikipedia).

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