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26
JUN
2008

Dialécticas del presente

Una especie de maltusianismo que no dice su nombre parece presidir las acciones de los conductores del sistema vigente en el mundo. Pero su pretensión de inmovilizar la historia puede redundar, por el contrario, en su aceleración catastrófica.

En un mundo no precisamente calificado por su benevolencia, pese a la continuada cháchara en torno de los derechos humanos, la dignidad de los pueblos “originarios” y el ataque a la pobreza, una nueva medida se ha venido a sumar a los ataques que socavan, en el plano de lo real, a ese mascarón de proa propagandístico. El parlamento de la Unión Europea (UE) acaba de emitir una “Directiva del retorno” que criminaliza a los inmigrantes indocumentados y ordena su encarcelamiento en el caso de que sean detectados y desoigan la intimación a retirarse del suelo al que han ido a parar, generalmente en busca de condiciones de vida algo mejores de las que disfrutan en sus países de origen. Las penas pueden variar entre 6 y 18 meses de prisión efectiva, seguidas de deportación inmediata.

Es al menos paradójico que naciones que se han derramado sobre el resto del mundo blandiendo la cruz y la espada o con ejércitos y flotas que aseguraron su predominio a lo largo de siglos a través de la explotación y la subordinación colonial o semicolonial; y que además descomprimieron sus propias tensiones sociales con el desplazamiento de masas de inmigrantes hacia mundos nuevos donde existía la promesa de unas mejores condiciones de vida, es paradójico, digo, que ahora se encierren en una caperuza blindada que niega acceso a millones de seres que proyectan realizar, a la inversa, la última parte de ese recorrido.

No seamos ingenuos, sin embargo. Esta es la historia del desarrollo del capitalismo. Que ha producido episodios atroces, transformaciones revolucionarias y un indudable avance de la humanidad, pero que hoy parece estar agotando sus posibilidades progresivas y sólo puede volverse sobre sí mismo para asegurar el principio básico de su dinámica –la concentración de la ganancia- aun a costa de sofocar las oportunidades de desarrollo del conjunto humano y de abroquelarse, erigiendo muros entre su prosperidad y la miseria de los demás. E incluso poniendo en práctica este principio en el seno del sistema, pues, ¿qué otra cosa que ciudadelas de una sensualidad que no se preocupa sino de sus propios quehaceres son los countries y los barrios cerrados que instalan su privilegio en medio o en las afueras de las ciudades donde millones de sus habitantes pugnan contra la inseguridad y la precariedad del trabajo? Este egotismo no se siente seguro, sin embargo, como no se siente seguro el primer mundo frente al piélago de contradicciones que lo acosan desde afuera.

Frente a la presión que empuja desde abajo, el sistema dominante desentierra el principio maltusiano que indica como raíz de todos los males al crecimiento indiscriminado de la población, en especial en los países o sectores más necesitados. Esto puede ser en parte cierto, pero es irrelevante si se lo ve con los ojos de quienes carecen de lo más elemental, son oprimidos y padecen tasas de mortalidad incompatibles con la evolución científica y tecnológica del presente. Parecería haber una relación estricta entre la devastación neocapitalista y la marea de los nacimientos que se configura como un arma para resistir y, quizá, algún día, vencer la opresión por el mero peso demográfico. Un personaje de una excelente película de Lina Wertmüller, Pascualino siete bellezas, anticipaba algo de esto al reunirse con su familia luego de su horrible peripecia en la guerra y el läger nazista: “Multipliquémonos, es la única manera de impedir que nos destruyan”. O palabras al mismo efecto.

En estos momentos, esa afirmación sombría y a pesar de todo combatiente, es el mejor escudo que se puede interponer ante la locura desatada del sistema que nos incluye. Ante las políticas de restricción de la natalidad y su indiscriminado apoyo de parte de las organizaciones progresistas, cabe exigir una elaboración pensante del cuadro que las involucra, y entender la funcionalidad que tienen en el proyecto global que apunta a inmovilizar la historia. Pues “el fin de la historia”, tal como lo imaginó Francis Fukuyama, no es otra cosa que la condensación conceptual de esta necesidad práctica que tiene el sistema.

No se trata de discutir sobre la legalidad del aborto, por ejemplo, sino de entender cómo, en ciertas y determinadas circunstancias, la regulación de los nacimientos, una norma racional y positiva, puede convertirse en un medio para confirmar un estatus quo contra el cual se revuelven las tres cuartas partes de la humanidad.

La aceleración reaccionaria

Ahora bien, aquí surge otra paradoja. Para llevar adelante su proyecto de estancamiento de la historia, al imperialismo no le queda otro recurso que acelerarla. Y al apresurar perversamente el trámite de su dominación global, el sistema puede arrastrarnos a un vórtice donde sí se puede, eventualmente, extinguir la historia, aboliéndonos a todos en un desastre infinito.

Es necesario cobrar conciencia de la naturaleza futilmente demoníaca de este proyecto para oponérsele con consecuencia, rebatirlo y, en última instancia, abolirlo, aboliendo a las fuerzas que lo promueven. Pero esto no se puede conseguir sin tomar conciencia de los elementos que lo califican, lo mimetizan y lo mueven en un escenario global cada vez más recorrido por los canales de información y desinformación que se manejan desde diversas partes del espectro social.

Los tropiezos de la embestida neoliberal y la caída de la URSS generaron una dinámica muy rápida. Por un lado, la devastación que generó la primera impuso un freno a sus estragos en algunos países. Aunque un poco como en el caso del fuego que se extingue porque no resta nada por quemar. Algo de esto ocurrió en América latina al terminar la década de los ’90; mientras que en la misma Europa las resistencias que levantó en un mundo laboral sindicalizado y de larga experiencia, detuvieron o mejor dicho ralentizaron su marcha. Pero no por esto dicho proyecto ha dado el brazo a torcer. La caída del bloque socialista y la dilución, por un tiempo, de la amenaza militar que este suponía, liberaron el brazo armado de Estados Unidos y persuadieron a sus socios de la UE, que eran más o menos renuentes a la iniciativa, a plegarse servilmente a esta.

Coordenadas

Por estos días, dos son las coordenadas principales por las que ese propósito se mueve. Las dos están estrechamente asociadas y se justifican mutuamente. Por un lado está el aliento a la balcanización del globo, incentivando los separatismos nacionales allí donde existen Estados que no se pliegan obedientemente al dictado de Washington, tarea muy bien complementada el sabotaje económico y los embargos, en casos particularmente resistentes. Por otro, como lo demuestran las intervenciones militares, el uso desembozado de la fuerza bruta.

La coartada moral para fomentar esos separatismos es el derecho a la autodeterminación de los pueblos, aun cuando eso implique abolir sistemas políticos que, en relación al estereotipo de la democracia, están más cerca de este que quienes ha designado Washington para sucederlos. Tenemos así que en Afganistán, por ejemplo, se conspiró para demoler un sistema que intentaba modernizar al país, y se lo suplantó por el de unos guerreros feroces, los Talibanes, sobre los que poco después cayó el anatema de Occidente, en razón de un oscurantismo que tenía el mal gusto de no plegarse automáticamente a las miras norteamericanas.

Si en esos lugares existen reservas de materiales estratégicos de primer orden y/o esos puntos representan enclaves geopolíticos determinantes para la instalación de Estados Unidos en la cúspide del poder mundial, su destino está sellado. Tarde o temprano recibirán la atención de la flota, la aviación y el cuerpo de marines de Estados Unidos. Irak es ejemplar en este sentido.

La realización de estos planes, actualmente en marcha, requiere enormes inversiones, una presión constante, una desinformación sistemática y un cinismo perfecto, que sólo el usufructo ilimitado de la fuerza puede tornar viables. Por supuesto que esa sobreexcitación acarrea problemas mayores al sistema, problemas que pueden hacer que este se devore a sí mismo. La desmesurada hinchazón del presupuesto militar acarrea desinversión en las industrias para el consumo; la globalización sostenida por el mero apetito de la ganancia precariza el empleo en las mismas metrópolis; el desorden financiero que resulta de una economía descentrada y atenta a la especulación antes que a la producción, empuja al caos en un mundo interconectado de forma instantánea en base a transacciones automáticas; y las aventuras militares en el exterior, que no siempre se pueden vehiculizar a través de aliados locales o de fuerzas mercenarias, pueden generar contrachoques psicológicos que conmuevan el sistema. Amén de que pueden terminar generando respuestas del mismo tipo que acaben con el mito de la invulnerabilidad de los Estados Unidos.

Por el momento, sin embargo, el proceso sigue su marcha. El aliento a los separatismos, ya practicado con éxito en Europa oriental con la desmembración de la ex Yugoslavia, y el de la ex URSS, con la aparición de las repúblicas caucásicas, las bálticas y Ucrania, han puesto en situación terriblemente incómoda a Rusia; mientras que el Medio Oriente y el Asia central son los escenarios del despedazamiento de Irak, la fractura del Líbano, el azuzamiento de los odios confesionales y las matanzas étnicas, tras los cuales se mueven las manos de los servicios de inteligencia occidentales. Es decir, básicamente, de la CIA y del Mossad israelí.

Mientras tanto, Irán espera su turno.

Mirando al Sur

En América latina, en respuesta a las iniciativas sudamericanas por configurar la unión del subcontinente, que por primera vez empieza a visualizarse no como una proposición abstracta sino como una política de Estado, Washington ha comenzado a desplegar toda la parafernalia mediática y militar que antecede a las intervenciones activas. El relanzamiento de la Cuarta Flota, destinada a servir en aguas del Caribe; el plan Colombia, la negociación con el presidente colombiano Álvaro Uribe por la instalación de una base militar en la frontera del estado venezolano de Zulia, de gran riqueza petrolera, regido por el único gobernador opuesto a Hugo Chávez y decidido promotor de la autonomía o la secesión de esa región; la incentivación de los movimientos autonomistas en el Oriente boliviano –favorecida por la torpeza del presidente Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, que con sus proyectos autonómicos de corte indigenista dieron letra a la oligarquía que controla los recursos de la media luna boliviana donde se acopian las mayores riquezas del país-, todos estos factores se entrecruzan en una complicada maraña de malas intenciones.

Presumir que Barack Obama, si llega a presidente, va a dar un giro a estas políticas es ilusorio. No sólo por las más recientes declaraciones del candidato demócrata a propósito de Venezuela y Cuba, sino sobre todo porque la política exterior norteamericana está pautada desde hace mucho tiempo y discurre sobre carriles que, si no son fijos, sólo admiten desvíos que no los aparten de su meta final. La ecuación de Zbygniew Brzezinski en torno del dilema de Estados Unidos en el sentido de ejercer una dominación global o un liderazgo global es, para quienes no forman parte de las naciones privilegiadas, una ecuación vacía. El proyecto se llama dominio, y sus matices sólo pueden percibirlos y aprovecharlos quienes están dentro del equipo llamado a ejercer esa facultad, mientras que al resto del mundo apenas le resta encontrar los nichos que hasta cierto punto protejan a los países más débiles, u oponerse activamente a ese proyecto a través de su propio peso militar y económico. Rusia, China y la India forman parte del posible club opositor a esa démarche occidental.

El tiempo que falta para el final de la administración George W. Bush será decisivo para saber hacia que lado penderá, por ahora, la balanza: si hacia el “liderazgo” o hacia la “dominación”. “Todas las opciones están sobre la mesa” respecto a Irán, se ocupó de volver a remarcar el presidente Bush en ocasión su reunión con la canciller alemana Ursula Merkel en fecha tan próxima como el 11 de junio pasado. El recorrido de los últimos meses de la gestión Bush, por lo tanto, plantea una incógnita acuciante, a pesar de lo que dijimos antes en el sentido de que la política imperial no va a renunciar a sus objetivos. Pues la forma de asumir estos en tan apretado lapso, puede acarrear la supervivencia o la extinción de cientos de miles de vidas humanas en los próximos meses.

Sería una forma de reinterpretar a Malthus.

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