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06
ABR
2013

La estupidez solemne de la burocracia

El canciller Héctor Timerman.
El canciller Héctor Timerman.
Una tormenta en un vaso de agua, eso es lo que nuestra cancillería y la tontería o mala voluntad de ciertos medios han estado fomentando en torno a la frase de Pepe Mujica.

La verdad es que estaba por elaborar una nota sobre los intelectuales y la historia, o sobre los intelectuales y la política, cuando de pronto irrumpió el tema de la frase de Pepe Mujica a propósito de nuestra presidenta y su difunto marido. Y es imposible no decir algo sobre el asunto, aunque no respecto a las expresiones en sí mismas, sino sobre el revuelo que miembros del oficialismo han generado en torno a ellas.

Uno se pregunta en qué mundo vivimos cuando el ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país (¿con la anuencia de Cristina o sin ella?) salió a a protestar formalmente por las expresiones del mandatario charrúa. La idiotez tiene carta de ciudadanía en la burocracia y entre los correveidiles del poder, pero aquí se exagera la nota. La frase de Mujica “Esta vieja terca es peor que el tuerto”, que trascendió por la travesura tal vez maligna de un micrófono abierto, no tiene otro valor que el de un exabrupto coloquial, el mismo que cualquiera de nosotros puede tener en una charla familiar. Es probable que muchos allegados al gobierno nacional compartan en su fuero interno esa apreciación, salvo quizá en lo referido a la edad (Cristina es más obstinada que Néstor y con menos cintura política, se sabe), aunque por supuesto se guardarán de decirlo abiertamente por la necesidad de cubrirse las espaldas. Cuando emerge un episodio de este tipo, para colmo a propósito del mandatario amigo de un país más que hermano, lo que corresponde es pasarlo por alto, encogerse de hombros o esbozar una sonrisa acompañando al “no comment” clásico para este tipo de situaciones.

En lugar de eso se presentó una nota formal de protesta y algunos comunicadores afines al gobierno se escandalizaron por el hecho de que “el Pepe” Mujica no haya pedido disculpas. Sin detenerse a examinar, sin embargo, el contenido de las afirmaciones del presidente uruguayo en la charla radial que dio con posterioridad al episodio. Ahí están contenidos, en pocas palabras, los conceptos de la vinculación entre las dos riberas del Plata con una franqueza que ni los políticos uruguayos ni los argentinos acostumbran a usar. Dijo Mujica: “Uruguay nació de la misma placenta de los pueblos argentinos; pertenecemos a la vieja administración del Río de la Plata, sueño primero de la lucha por los Estados de la independencia…La historia nos fue separando y tiene la realidad de lo vigente… Tenemos que andar bien con la humanidad, pero en primer término con los pueblos que nacieron en la primera matriz. Nada ni nadie podrá separarnos. Definitivamente”.

Son palabras ciertas. La dimensión de la cobardía intelectual de nuestras clases dirigentes se mide por la persistencia en dar la espalda a esas verdades. Adhieren a un concepto de nacionalidad diferente a propósito del Uruguay, un país que nació de un proyecto divisionista del imperialismo británico, proyecto apoyado por las castas mercantiles de Buenos Aires y Montevideo. Los intereses ingleses y porteños en el sentido de erradicar la insurgencia democrática acaudillada por Artigas, que había fungido como polo de atracción para las provincias interiores argentinas y arriesgaba comprometer la pretensión bonaerense de constituirse en el polo de poder que “organizase” al interior en su provecho y en provecho del socio británico; esos intereses ingleses y porteños, decimos, fueron decisivos para determinar la separación de la Banda Oriental. A partir de entonces a los uruguayos se les brindó la imagen de un Artigas patriota uruguayo, ignorando la profunda vigencia que tenía su figura en el interior argentino, donde había recabado el título de “Protector de los Pueblos Libres”. Recluido Artigas en el Paraguay del Dr. Francia, y liquidada la reforma agraria que había propiciado, forzados los pueblos del litoral e interior argentinos a buscar un arreglo con Buenos Aires al perder la opción del puerto de Montevideo, sólo le quedaba al interés británico inhabilitar cualquier posibilidad de que una sola nación ejerciese el control de las dos orillas del Plata y de los accesos a las vías navegables que llevarían los productos ingleses al interior del continente. De ahí su mediación en la guerra argentino-brasileña y el nacimiento del Uruguay. Y más tarde las intervenciones contra Rosas y el genocidio paraguayo.

Esta imagen de argentinos y uruguayos como estados aparte y como pueblos dotados de idiosincrasias muy diferentes, es fomentada de forma consciente o inconsciente en los discursos oficiales, en los medios periodísticos y en las pasiones futboleras. Por eso las palabras de José "Pepe" Mujica al responder, elípticamente, a la solemne estupidez emanada de nuestra cancillería, tienen el valor de lo diáfano, de lo verdadero y de lo profundo. Ojala que su inocente metida de pata sirva para alentar el debate en torno de lo que realmente importa, que es la esencial hermandad de los pueblos del Plata, concentrada muestra de laboratorio de la unidad que hermana a todos los pueblos de Iberoamérica.

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