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06
MAR
2012

El triunfo de Putin

Vladimir Putin arenga a sus partidarios en la noche de su victoria.
Vladimir Putin arenga a sus partidarios en la noche de su victoria.
“Rusia Unida” ha salido victoriosa de la compulsa electoral rusa. Frustración occidental y entretelones de un tiempo agitado.

Vladimir Putin se ha impuesto por una mayoría aplastante en las elecciones presidenciales rusas realizadas el pasado domingo. Sin embargo, en el ámbito de la prensa internacional se ha montado un gran operativo para desestimar esa victoria calificándola de “fraudulenta”, aunque no haya factores palpables que demuestren que el resultado que otorgó a “Rusia Unida” el 64 por ciento de los votos sea espurio. Esas denuncias se fundan en el clamor de parte de la oposición y en los movimientos callejeros convocados para protestar por los resultados de estas elecciones y de las anteriores que refrendaron la mayoría oficialista en la Duma. La maniobra venía preanunciándose desde tiempo atrás, con el desmesurado eco que la prensa occidental daba a las figuras de la oposición, en especial a aquellas que se consideran perseguidas por el “régimen” y gozan de cierto renombre internacional, como el campeón mundial de ajedrez Gari Kasparov, y también a través de la proclamación anticipada, tanto de los opositores como de los medios internacionales, de que las elecciones serían amañadas en cualquier caso. Expediente sospechoso, este, pues no sólo advertía sobre eventuales manipulaciones, sino que abría el paraguas ante la estimación de que se produciría un aluvión de votos progubernamentales.

El juego sucio no es ninguna novedad en la política. No es para nada imposible que se hayan producido irregularidades en la elección rusa, aunque su cuantía es difícil de determinar desde aquí y de cualquier manera no parece que puedan haber otorgado un tan significativo margen de ventaja al candidato oficial, en especial si se toma en cuenta que en centros urbanos tan importantes como Moscú, Putin no consiguió la mayoría absoluta. Nada de esto, sin embargo, disuade a los mass media y a los gobiernos occidentales de pontificar en torno de la imperfecta democracia rusa y de exigir algunos, muy sueltos de cuerpo, que se realicen nuevas elecciones…

Contrasta esta actitud purista con la benevolencia con que se trató a Boris Yeltsin, el matón borracho que se hizo cargo de la tarea de desmembrar a la Unión Soviética y de imponerle una economía de mercado caracterizada por la corrupción, la emergencia de una burguesía mafiosa y la violencia. ¿Acaso ha olvidado Occidente su simpatía para con el ex gobernante ruso cuando aplaudió su feroz e ilegal represión del Parlamento, que lo había depuesto por medios rigurosamente constitucionales, en la crisis de septiembre y octubre de 1993? En ese momento Boris Yeltsin no sólo disolvió a tiros a las decenas de miles de manifestantes que llenaban el centro de Moscú en contra de su reforma económica neoliberal, sino que bombardeó con tanques del ejército la Casa Blanca (sede de la Duma, por entonces), reduciéndola a un esqueleto quemado y matando a centenares de personas.

Occidente demostró la más “amplia comprensión” por las bestialidades cometidas en ese proceso y se congratuló por las perspectivas que este abría para “consolidar la democracia en Rusia”. “Democracia”, en este como en otros casos, como enseñara don Arturo Jaureche, no significa “el gobierno de las mayorías, sino el gobierno de los democráticos”. Unos democráticos que identifican a la libertad con la libertad de mercado y con la franquicia para que los grandes capitales hagan lo que quieren.

La acrimonia occidental respecto de la elección rusa y su fogoneo de las manifestaciones que exteriorizan una protesta contra los lados negativos del régimen –que indudablemente los tiene- no son en el fondo otra cosa que la exteriorización de un temor al renacimiento de Rusia como una potencia independiente, apta por sus capacidades militares, su fuerza industrial, su extensión y por la masividad de sus recursos humanos y materiales, de hacer sombra a Estados Unidos y a sus aliados en su propósito de instaurar un orden mundial fundado en la globalización asimétrica de la economía.

Ese renacimiento está en curso, pero la persistencia occidental en opacar la victoria de Putin demuestra que tal aspiración no es aceptada. La forma en que ese rechazo se manifiesta se conecta con el proceso de las “revoluciones de color” puestas en práctica, con el aliento de Estados Unidos, en países de la ex órbita soviética, a los que se aduce se suman ahora los movimientos que se producen en el medio oriente. Hay mucha confusión, deliberadamente inducida, en la apreciación de este tipo de manifestaciones. En la ex URSS las manifestaciones reivindican tácticas no violentas y están convocadas espontáneamente, dícese, a través de la movilidad comunicacional de Internet, que alcanza a grandes sectores juveniles de la clase media. Sin embargo, el apoyo que reciben de parte de actores externos como la CIA, el National Endowment for Democracy, la USAID y fundaciones privadas como la de George Soros, indican que se está frente a operaciones de inteligencia manipuladas con habilidad y sostenidas en el tiempo.

De las revoluciones de color al color de la sangre

Parece evidente que la alianza atlántica no ceja en su propósito de imponer el nuevo orden global. En tono menor o en tono mayor, la ofensiva desencadenada a partir del hundimiento de la Unión Soviética sigue su marcha. Los acontecimientos en Rusia demuestran esa persistencia, pero mucho más la enseñan los procesos desencadenados en medio oriente bajo la cobertura de “la primavera árabe”: una especie de sustituto local de las revoluciones de color. Sólo que, en razón de la fragilidad estatal de los actores que están en presencia en esa área y a la existencia de fuertes tendencias centrífugas allí, las cosas tienden a manifestarse de acuerdo a parámetros mucho más violentos. Más allá de la legitimidad de muchos reclamos (como fue el caso de Egipto y Túnez, y el de Bahrein, que fue ahogado en sangre por los saudíes), la tendencia predominante ha sido aprovechar la debilidad de regímenes desprestigiados tanto por sus entuertos como por la propaganda de occidente, para intentar fracturar la integridad de esos países y proseguir el rumbo en dirección a la eliminación de los estados díscolos al diktat de Washington e Israel. Eliminado Irak y fulminado Gaddafi en Libia, los cañones se han vuelto ahora contra Siria, como escalón para la embestida final y definitoria contra Irán, que permitiría organizar la zona de acuerdo a los requerimientos de la OTAN.

Hay quienes, como Immanuel Wallerstein, que opinan que la ofensiva final no se llevará a cabo, por el evidente peligro de desestabilización mundial que ella acarrearía; pero hay otros, como Noam Chomsky, que se manifiestan mucho menos confiados. Nosotros tendemos a alinearnos en esta segunda postura, pues la prosecución sistemática de estos experimentos de ingeniería geopolítica no se puede justificar si no existe un propósito  establecido de llegar al objetivo prefijado, sea ahora o más tarde.

El cinismo de la política de la OTAN queda bien establecido por el hecho de que, si se preconiza las reivindicaciones democráticas frente a figuras como Muammar Gaddafi o Hafez el Assad, la realidad sobre el terreno indica lo contrario. No sólo porque se aplican o se intentan aplicar expedientes bélicos para aniquilar la resistencia de los estados mal o bien constituidos que garantizan cierta unidad a los territorios donde ejercen su autoridad (los casos de Irak, Libia o Siria), sino porque en esa tarea se emplean a operadores regionales que se distinguen por su carácter irreductiblemente arcaico y antidemocrático, como los fundamentalistas de Al Qaeda, muñecos de paja de los servicios de inteligencia occidentales, útiles tanto para volar las Torres Gemelas como para formar la punta de lanza de las ofensivas contra Gaddafi y Assad. Que semejantes personajes son un peligro incluso para quienes entienden manejarlos no es ningún misterio, pero las armas de doble filo no dejan de ser armas y pueden redituar beneficios fuera de proporción con su número. La exigüidad de este hace también a dichas organizaciones susceptibles de ser aniquiladas con relativa facilidad, cuando sus empleadores en las sombras entienden que el momento ha llegado. ¿O la muerte de Osama Bin Laden no despierta sospechas? Justo en vísperas del ataque a Libia, en el cual muchos de sus seguidores tomarían parte, el líder y orientador del movimiento es oportunamente eliminado. Las teorías conspirativas de la historia dejan de ser teorías y se convierten en realidades prácticas cuando se articulan con una situación política connotada por la primacía de los servicios de inteligencia como estados dentro del estado, que hacen y deshacen en una permanente lucha por conseguir un lugar destacado en los corredores del poder.

Necesidad de una trascendencia

Ahora bien, el resumen que acabamos de hacer respecto de las tendencias y los Deus ex machina que se mueven por el escenario internacional, no debe privarnos de la comprensión de que tampoco las víctimas de las maquinaciones que condenamos son trigo limpio. En el cálculo de la realpolitik cabe tomar en cuenta sus magnitudes como elementos que coadyuvan a establecer cierta resistencia y cierto equilibrio frente a la ofensiva del Imperio y su propósito de llevarse todo por delante, pero al capitalismo salvaje no se lo combate sólo con más capitalismo, sea ruso o chino, sino con algún tipo de convicción que trascienda los marcos de la lógica del poder y del beneficio puro.

En este sentido van las críticas del PCFR (Partido Comunista de la Federación Rusa) que se ha negado a reconocer la legitimidad del triunfo de Putin aduciendo que si bien los comicios han confirmado a “Rusia Unida” en su calidad de primera minoría, las irregularidades electorales pueden haber dado a esa fuerza una mayoría absoluta que estaría lejos de haber existido. Un resultado diferente habría obligado a convocar un segundo turno eleccionario, en el cual el partido encabezado por Guennadi Ziuganov, que obtuvo por lo menos el 17 por ciento de los sufragios, podría haber recaudado muchos más y haber emergido como un factor alternativo a Vladimir Putin, perfilándose como una fuerza dotada de futuro. Según el comentarista Iosafat Comín, el PCFR no cuenta con ningún canal televisivo ni emisora de radio afín a su línea política. La segunda fuerza electoral del país dispone por lo tanto sólo de una estrecha franja de la torta informativa para difundir su mensaje.

Estas trapacerías son el pan cotidiano de la política. Con todo, cabe pensar si el mundo puede seguir indefinidamente así, sin que algo estalle en el seno de las sociedades que son llevadas de aquí para allá sin que un mensaje de esperanza articule el proyecto de una nueva utopía. El fracaso de los grandes credos que recorrieron los siglos XIX y XX no debe hacer olvidar que fueron ellos los que en definitiva posibilitaron el movimiento hacia delante y el gran empuje que permitieron salir de la opresión absolutista y burguesa, forjando expresiones como justicia social, liberación e igualdad, y conquistando un universo de posibilidades tecnológicas, científicas y sanitarias que ha incrementado la esperanza de vida y ha revolucionado el mundo poniendo a sus partes en un contacto estrecho e instantáneo. La historia del hombre no termina aquí.

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