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10
JUL
2010

Los demagogos de la moralina

Un acceso de moralismo y “populismo” recorre al espectro político opositor. Un poco de memoria permitirá evaluar mejor sus intenciones.

No bien remitió el estrépito del Mundial, al menos en lo que a la participación de Argentina se refiere, la política volvió por sus fueros. Y lo ha hecho, como es ya norma en el país actual, de una manera bastante mezquina. El variopinto frente opositor, unificado sólo por un encono contra el gobierno que tiene como elemento determinante tan solo la aspiración a reemplazarlo, salió a la palestra con un proyecto rimbombante y un escándalo aparente. ¡El 82 por ciento móvil a los jubilados, el caso de la “embajada paralela” en Venezuela! Y adelante con los faroles…

En lo referido al episodio de las coimas presuntamente abonadas para aceitar los negocios que las empresas argentinas aspiran a redondear en el país del Caribe, el ruido mediático zumba con una intención manifiesta: enredar al gobierno con la sospecha de la corrupción y distraer a la opinión pública ofreciéndole un poco más de carne podrida para desanimar la esperanza. Hablar mal de alguien o algo siempre ha sido un expediente más fácil que intentar explicar cómo funcionan las cosas en un sistema donde la corrupción acompaña al accionar administrativo como la sombra acompaña al cuerpo. Corrupción hay siempre, la cuestión es saber donde está el límite de lo tolerable y sobre todo cuál es el marco donde esas irregularidades se inscriben.

La construcción de un “capitalismo de amigos” que se reprocha a los Kirchner puede ser cosa negativa. Es cosa negativa, y hasta muy negativa, si da pábulo precisamente a un desprestigio ante la opinión que puede terminar siendo imposible de levantar. Pero, ¿quiénes son los que agitan ese trapo? En la mayoría de los casos los mismos que rifaron al país durante el menemismo, los que acompañaron a Martínez de Hoz o a Alemann para practicar devaluaciones que los beneficiaban a ellos y a sus amigos; los que sacaron la “ley Banelco” para precarizar aun más el empleo, los que se encaramaron al monopolio mediático a través de la compra fraudulenta de Papel Prensa…

Más allá de las sinecuras que la diplomacia puede conceder y de las recepciones y la sociabilidad que se da en sus recintos, las Embajadas están para algunas tareas más concretas. Y menos glamorosas. Como la de agilizar los intercambios comerciales y las radicaciones de capital en otros países, por ejemplo. Estas gestiones a veces conllevan prácticas non sanctas, vulgarmente denominadas coimas: los sobres que se pasan por debajo de la mesa para aceitar los trámites. Y no olvidemos al espionaje, que es otro de los inconfesables deberes que suelen tener las representaciones que se respetan. En ocasiones, para evitar que esas tramitaciones de mal gusto ensucien a los funcionarios de carrera, puede ocurrir que la embajada se limite a facilitar esas actividades a quienes están abocados a ellas en forma directa. Y así pueden surgir arborescencias pasajeras, esas “embajadas paralelas” que trabajan por su cuenta y se valen sin embargo de la sede diplomática como apoyo logístico para sus idas y venidas.

Vivimos en un mundo imperfecto, admitámoslo. Y llama la atención que quienes no se inmutaron ante las bicicletas financieras, favorecieron los programas de desguace de la industria nacional, transfirieron los fondos jubilatorios a las mesas de juego de las AFJP y se alinearon con entusiasmo en la concepción de un país para pocos, concepción enancada en la teoría de la globalización dependiente, ahora se hinchen de moralina y denuncien un contubernio entre la república bolivariana de Venezuela y los Kirchner. Un “contubernio” entre Chávez y Kirchner en cualquier caso sería mucho mejor que el contubernio sistemático realizado a lo largo de décadas entre los exponentes del establishment argentino y los valedores del imperialismo financiero.

El otro tema con el que la generalidad de la oposición ha salido a escena será el proyecto de ley con el que se intentará instalar un aumento del 82 % móvil para las jubilaciones y pensiones. Personajes como la Carrió o Gerardo Morales, acérrimos detractores del “populismo” que imputan al gobierno, ahora impulsan una medida que por cierto va un paso más allá del populismo para convertirse en franca demagogia. Este es, por otra parte, el sentido último que nuestros “liberales” acuerdan al término populista, término que sin embargo implica significaciones mucho más complejas y enigmáticas.

No cabe la menor duda de que el 82 por ciento móvil para los jubilados es una reivindicación justa, justísima. Que se inserta por otra parte en la línea que los gobiernos Kirchner han venido propulsando desde el 2003. Pero, para el esquema económico que el gobierno viene poniendo en práctica, aceptarla resulta impracticable sin poner en riesgo el estado de las finanzas públicas. La iniciativa opositora por lo tanto equivale a correr la presa por el lado que dispara, a correr al kirchnerismo por la izquierda.

El asunto sería gracioso si no contuviese tanto cinismo y desvergüenza. El objetivo, manifiestamente, no es favorecer a los pasivos sino poner en dificultades al Ejecutivo, forzándolo a vetar la ley en el caso de que esta fuese refrendada en el Congreso, con el desprestigio que ello por fuerza le acarrearía ante amplios sectores de la opinión. Ahora bien, ¿está el gobierno obligado a plegarse al oportunismo de la oposición siguiéndole el juego? ¿No dispone de armas para desactivar la amenaza a través un fuego de contrabatería que ponga la cuestión en sus verdaderos términos? Los problemas de caja que pueden surgir de atender este tipo de demandas y muchas otras que hacen al desarrollo estratégico de la nación –como la reestructuración ferroviaria y caminera, la potenciación industrial, los programas de defensa y el pleno empleo- se resuelven en buena medida a través de una iniciativa que todos los gobiernos argentinos, del signo que fuere, se han cuidado mucho de respaldar. O que han pateado siempre hacia delante. Ese expediente no es otro que el de una reforma progresiva del sistema fiscal, por la cual tributen más los que más tienen y no, como sucede actualmente, quienes de menos recursos disponen.

Propulsar un expediente de este tipo desarmaría a la oposición, que se vería en figurillas no sólo para llevar adelante el proyecto con el que piensa complicar al gobierno, sino para evitar un envite que, de ser encarado seriamente por el gobierno, amenazaría transformar a fondo un modelo de país con el cual la oposición está muy cómoda. Claro que asimismo pondría al Ejecutivo ante la necesidad de profundizar de veras su programa y afrontar la resistencia –que con toda seguridad podemos vaticinar sería histérica- del conglomerado de intereses que ha prosperado al amparo de esa injusticia. El gobierno, ¿se animará o deseará de veras hacerlo?

De cualquier modo, un simple vistazo a lo que ha sucedido en las dos últimas décadas nos ayudará a tener una visión más clara del escenario en el que nos movemos y nos permitirá comprender la magnitud del truco opositor, cuya fiabilidad es cero. Entre 1991 y el 2002 no se aumentaron las jubilaciones en un céntimo. Es más, durante la gestión De la Rúa-Cavallo se las rebajó un 13 por ciento. Desde el 2003 a la fecha, en cambio, la asignación jubilatoria creció en un… 497 por ciento.

Ha habido inflación, desde luego. Pero que nos demuestren que los que patrocinaron a las AFJP, vaciaron las cajas previsionales y convirtieron a los jubilados en el último orejón del tarro van a restituir en igual medida la dignidad social a la clase pasiva.

La política ha sido siempre propicia para los travestimos espectaculares, dignos del circo. Pero quizá ninguno haya sido tan ridículo y desaforado como el que se escenifica hoy en el escenario argentino.

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