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26
JUN
2010

El militarismo USA y los límites de la prepotencia

El general Stanley McChrystal.
El general Stanley McChrystal.
Militares y políticos han tenido sus diferencias a lo largo de la historia norteamericana. Pero todos han coincidido en los objetivos de predominio

El pasado jueves el jefe de las fuerzas estadounidenses que guerrean en Afganistán, el general Stanley McChrystal, fue relevado de su cargo por el presidente Barack Obama. Se trató de una medida inusual, pero que reconoce algunos precedentes en la historia norteamericana, un par de ellos famosos, como el relevo del general McClellan por el presidente Abraham Lincoln, durante la guerra civil, y el despido del general Mac Arthur por Harry Truman a pocos meses de iniciada la guerra de Corea. El hecho ahora es que el general McChrystal fue expulsado de su puesto luego de que se publicara en el semanario Rolling Stones un reportaje que le hiciera un periodista “embedded” en el ejército en operaciones. La estadía del cronista Michael Hastings en la cúpula del comando se extendió por alrededor de un mes y el informe que produjo fue leído por el general y aprobado por él, de modo que no caben equívocos respecto a lo que quiso decir y a lo que fue publicado.

En el reportaje en cuestión el general fue pródigo en observaciones cortantes respecto del comandante en jefe y aun más a propósito del vicepresidente Joe Biden; y su séquito no se mostró más discreto en sus propias aportaciones. Un ministro francés fue señalado como un “jodido gay”, las calificaciones que se prodigaron respecto del equipo del Departamento de Estado encargado del tema afgano fueron deplorables (apenas si se salvó Hillary Clinton), y las observaciones a propósito de los asesores militares del presidente y de la indecisión de la Casa Blanca acerca de irse o bien quedarse para ganar la guerra aplicando las tácticas contrainsurgentes acuñadas por McChrystal fueron –lo menos que puede decirse- poco compasivas a la hora de evaluar las aptitudes de Obama en torno de esos temas.

Ser tratado de incompetente de parte de un subordinado no es cosa que pueda aceptar un monarca imperial. La salida de McChrystal estaba pues cantada. La cuestión es saber por qué el general tuvo esos exabruptos y consintió su publicación. Las hipótesis giran en torno de forzarle la mano al presidente –cosa improbable- o la más pertinente de una provocación vinculada a la búsqueda de un chivo expiatorio que pueda cubrir la responsabilidad de la casta militar a la hora de tener que practicar una retirada parecida a la de Vietnam. Así los militares podrán decir, como lo dijeron entonces, que habían combatido con una sola mano, o con una mano atada a la espalda, pues el poder civil no estaba preparado para afrontar la magnitud de la aventura en que habían metido a sus fuerzas armadas.(1)
Dada la pésima andadura de la guerra actual, una retirada, al menos parcial, no es un paso que quepa desestimar, a pesar de que lo que se juega en Afganistán no parezca ser negociable desde la actual perspectiva de la geopolítica estadounidense. Abandonar ese enclave estratégico en el Asia central y perder la proyección que desde ahí se puede ejercer hacia China, Rusia y el Medio Oriente no parece, en efecto, una cuestión que quepa resolver de un plumazo. Pero la situación se ha complicado tanto debido a la corrupción y la falta de fiabilidad del gobierno afgano, a las dificultades que se encuentran en el terreno y a los insondables problemas que aquejan al vecino Pakistán, que las posibilidades de aplicar con algún éxito en ese escenario una presión militar combinada con negociaciones que apunten a transar con las facciones rebeldes, como en Irak, son aquí casi nulas.

Las discrepancias entre los sectores ejecutivos del establishment tienen siempre importancia. Es verdad que las directivas maestras acerca de cómo debe ir el mundo se originan en otras sedes –Wall Street, la Comisión Trilateral, el grupo Bilderberg, los organismos internacionales de crédito-, pero a la hora de sacar las castañas del fuego lo que piensan o hacen los encargados de poner en práctica esos parámetros son el factor que decide el destino inmediato de millones de seres. Y a partir de allí la viabilidad o el fracaso de las grandes construcciones de la teleología capitalista emborrachada de globalismo.

La política exterior norteamericana está imbuida de militarismo. De hecho, el ejercicio de la fuerza como expediente único e inmediato para sostener los intereses del conjunto del mundo capitalista es sustentada por gran parte del establishment norteamericano con un vigor y una convicción en apariencia aplastantes. Pero en el siglo XXI la realidad se presenta mucho más complicada de lo que piensan los planificadores de la Full Spectrum Dominance (Predominio Total) como designan los teorizadores más extremistas del Pentágono a la imagen que se hacen del mundo: un planeta donde nada pueda escapar al control de Washington y donde la sociedad global se organizaría de acuerdo al interés del mundo híper desarrollado y a las prácticas de un neo mathusianismo susceptible de ser aplicado tanto con políticas dirigidas a regular la demografía como con expedientes que no hesitarían en exterminar a los más desfavorecidos o los más rebeldes… Y si echamos un vistazo a los que sucede en África y otros lugares, podría concluirse que esas prácticas hace ya tiempo que están en vigor.

El umbral de una nueva época

Pero la construcción del mundo unipolar que se propone el establishment norteamericano está empezando a tropezar. Estados Unidos y sus países satélites de la Unión Europea, más el frenético partner israelí, podrán seguir dictando su ley en muchos lugares del mundo, a un costo cada vez más creciente para las sociedades que se ven sometidas a esa agresión; pero, en las orillas de la caldera que hierve como consecuencia de esa brutal injerencia, otros factores de poder e influencia se están gestando. El Grupo de Shangai, que en su faz más importante representa una tácita alianza militar entre Rusia y China; y el BRIC, o sea Brasil, Rusia, India y China, que se está configurando como una posibilidad de intercambios comerciales a gran escala y como opción diplomática de enorme influencia potencial, son factores regionales que pueden gravitar pesadamente en la balanza del poder mundial.

La opción de resistir a la globalización manu militari impulsada por Estados Unidos, con la connivencia un poco a regañadientes de la Unión Europea, pasa por una suerte de desconexión que paradójicamente consiste en la formación de fuertes núcleos regionales capaces de cooperar entre sí, sustrayéndose a las políticas de la Organización Mundial de Comercio y a la regimentación de los mercados de acuerdo a las pautas del neoliberalismo. Este es un esquema con enorme futuro, en especial si se toma en cuenta que Brasil, en particular, puede ser también el factor nuclear de una asociación de estados latinoamericanos que cancele la secular pretensión norteamericana de ver a los países al sur del Río Bravo como el patio trasero de Estados Unidos.

El tira y afloja de los militares estadounidenses con su presidente no es, como dijimos, una novedad. En realidad se debe señalar que las relaciones tensas entre los “frocks” y los “brass hats” (denominaciones despectivas que se prodigaban mutuamente los exponentes de la casta militar británica y los miembros del Parlamento) son una constante no solo en el universo anglosajón sino en todo el mundo a lo largo de la historia de los conflictos humanos. Basta recordar la famosa frase de Georges Clemenceau durante el conflicto14-18: “La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los generales”. La cuestión es que hoy se puede comprobar que tales tensiones siguen vigentes y que la persistencia de la superpotencia en la pretensión de imponer un control a escala global implica de manera inevitable que crezca la injerencia militar y se agrave un “realismo” corto de miras que apunta a conseguir resultados con expedientes basados en la fuerza, más algún aditamento diplomático que barnice la resolución administrativa de los problemas.

La dificultad que enfrentan las políticas de esta laya, sin embargo, es que si bien proceden a poner en práctica las tendencias de la globalización por arriba, tropiezan con su propia consecuencia lógica: la globalización por abajo, que tiende a oponerse a los decretos del sistema con una resistencia que se concreta en un activismo global. Este activismo es difuso y varía de un lugar a otro, pudiendo incluso parecer que se opone a los rasgos de la modernidad tal como la entienden las castas ilustradas de Occidente, pero en realidad es la manifestación –confusa, contradictoria y en evolución permanente- de una aspiración a la dignidad que se expresa en los movimientos de masa conocidos como “populismos”. Este fenómeno, denostado por la inmensa mayoría de los sociólogos y políticos de izquierda y derecha, en especial en Europa y Estados Unidos, que lo asimilan a la demagogia, es en realidad una expresión de cómo la presencia de las masas transforma las políticas de poder. Este hecho ha sido reconocido incluso por el más fino de los teorizadores de la geopolítica estadounidense. Zbigniew Brzezinski habla de un “despertar político global”,(2) el cual, afirma, es el verdadero desafío que enfrenta Estados Unidos. Esto es, no el terrorismo (usado por Washington como pretexto ideal para fraguar sus políticas de intervención exterior), sino una radicalización de las masas a escala planetaria, radicalización que pone de manifiesto el descontento de las poblaciones con una situación que es percibida como injusta con una agudeza sin precedentes. La explosión demográfica del Tercer Mundo, que arroja al escenario a cantidades cada vez mayores de jóvenes que no encuentran una salida a sus inquietudes, pero quienes al mismo tiempo son capaces de manejar el instrumental tecnológico de la comunicación y de constituir redes que se conectan entre sí, incide para congregar esa juventud en un tramado de cerebros semiconscientes de sus posibilidades, pero cada vez más perceptivos de la trampa que los acecha.

En este juego dialéctico de las percepciones, en este ir y venir que va de la comprensión que el sistema imperial tiene de sus necesidades, a la conciencia en desarrollo que los oprimidos y marginados de todo el mundo están adquiriendo respecto de los peligros que encierra el futuro, se encuentra el pivote sobre el que giran las políticas del presente. Para el sistema, la guerra, el control económico y la manipulación mediática son las herramientas de las que ha de valerse para mantener el estatus quo. Para quienes se encuentran en la otra vereda, tanto en el mundo periférico como en la marginalia de las sociedades desarrolladas, esas instancias son el retorno a las concepciones de soberanía nacional acuñadas en la estela de la Revolución Francesa, la apropiación de la tecnología para gestar sus propias alternativas comunicacionales y, por último y si no hay más remedio, también la guerra.

Mientras tanto, la comedia prosigue. El presidente Obama ofrece el perfil del gobernante que afirma su autoridad con ponderada energía ante un profesional de la violencia, el general McChrystal, pero pone en su lugar a otro comandante, el general David Petraeus, que comparte en un ciento por ciento los puntos de vista de su antecesor aunque, en razón de sus ambiciones políticas como probable candidato a la presidencia por el partido Republicano, se abstenga de manifestarlas. Ya otro se ha encargado de hacerlo por él.

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Notas

1) El argumento era, por supuesto, una excusa de un carácter muy pobre. Las fuerzas armadas estadounidenses practicaron la guerra en Vietnam con una brutalidad manifiesta. Lo que aparentemente reclamaban –borrar del mapa a Vietnam del Norte con bombardeos indiscriminados- habría podido acarrear en esos momentos la participación directa de Rusia y China en el conflicto. Todo el andamiaje que mantenía el equilibrio bipolar se habría venido al suelo y la guerra fría habría arriesgado transformarse en caliente al enfrentar en forma directa a los protagonistas mayores del diferendo global.

2) Zbigniew Brzezinski: The Global Politc Awakening, artículo aparecido en The New York Times, Diciembre 16, 2008, citado en Gl obal Research de Junio 26 del 2010.

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