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05
JUN
2010

Abordaje

La agresión israelí a la flotilla que acudía en auxilio de los palestinos sitiados en Gaza ha despertado una justa indignación en el mundo entero. Pero el autor del acto, el gobierno de Tel Aviv, estuvo, como siempre, bien acompañado.

¿Qué hubo detrás del ataque israelí a la Flotilla de la Libertad que intentaba acercar ayuda humanitaria a la población de Gaza?

Vayamos por partes.

En el tema del conflicto palestino-israelí las afirmaciones de indignación moral en torno de los atropellos israelíes son corrientes en el mundo entero y sin duda están justificadas, pues una ocupación de más de medio siglo en Cisjordania y Gaza, más los antecedentes de limpieza étnica y expansión sistemática del Estado Judío a expensas de sus vecinos, implican una desembozada política colonial en pleno siglo XXI.  Pero si bien los procedimientos de fuerza y el atropello de los derechos de los pueblos más débiles de parte de las potencias son cosa corriente por estos días, hay una peculiaridad en los procedimientos de Israel que comparte hoy con pocos Estados: el estilo directo que aplica para lograr sus fines y su indiferencia ante las resoluciones de las Naciones Unidas que decretan retiradas y requieren negociaciones sinceras con los palestinos. Para Tel Aviv territorio conquistado es territorio apropiado. La prueba la da la continuidad de los asentamientos en Cisjordania, pese a las órdenes en contrario de la ONU y a los tibios requerimientos en el mismo sentido provenientes de Estados Unidos, (requerimientos, convengamos, concebidos apenas para salvar la cara).

Es justamente en la especial relación que existe entre Tel Aviv y Washington donde comienza a aclararse el misterio de la impunidad de Israel en sus permanentes agravios al derecho de gentes. Aquí nos acercamos al nudo de la cuestión. Estados Unidos –y el bloque occidental con él- necesita del enclave israelí en el Medio Oriente para mantener una pistola apuntada al corazón del mundo árabe y poder así controlar mejor el flujo del petróleo, haciendo pie también en el puente estratégico que une a Europa y Asia. Ahora bien, la dirigencia sionista es muy consciente de esto y no está dispuesta a ser sólo un peón de la política occidental. Tiene una autonomía frente a su estado patrocinador que se basa en el potencial del lobby judío en Estados Unidos y en una aguda conciencia del valor estratégico que representa el factor israelí en la zona mesoriental. Ello habría llevado a Israel a tomar en el pasado decisiones brutales incluso contra la Unión, como fue el ataque al buque norteamericano Liberty durante la Guerra de los Seis Días, en 1967: atribuido oficialmente a un error, muchos lo estimaron sin embargo dirigido a inhibir las tareas de espionaje electrónico que esa nave estaba desarrollando.

No hay, en consecuencia, una divisoria real entre la política del estado israelí y sus protectores occidentales. El tema del asalto a la flotilla que llevaba ayuda humanitaria a Gaza se inscribe en este mapa de arrogancia y complicidades. Israel es una suerte de desprejuiciada punta de lanza de un imperialismo que intenta velar sus pésimas intenciones con buenas palabras y torrentes de hipócrita moralina. En este sentido el estado israelí se convierte, parafraseando el título de un libro sobre el rol de los alemanes durante el Holocausto, en “el verdugo voluntario de Occidente”. Y su labor es endosada por el imperialismo occidental porque, en el fondo, Israel es el espejo en que las cancillerías de este se miran. Cosa que, por otra parte, les permite de paso disimular su propia responsabilidad atribuyéndosela a ese díscolo aliado.

Lo novedoso de este ataque es que fue montado sin prestar atención a que el primer agraviado por ese operativo iba a ser otro estado miembro de la OTAN. En este carácter Turquía había sido también amigo de Israel. De hecho fue el único país predispuesto a asociarse con el estado hebreo en la región. Pero Turquía tiene también una tradición de autonomía, portadora de un nacionalismo muy arraigado. Está sosteniendo, junto a Brasil, un proyecto de solución al problema del programa nuclear iraní que contraría la tesitura israelí frente al tema. Turquía está buscando también recuperar algo de la influencia que el antiguo imperio otomano había tenido en los países árabes, depurándola por supuesto de las facetas opresivas del pasado. Se está diseñando así un eje Ankara-Teherán-Damasco al que la prensa convencional ha prestado poca o ninguna atención, pero cuya potencial gravitación podría estar en la base la brutalidad desplegada por Israel en la cuestión de la flotilla humanitaria.

¿De qué se trató, pues? La “Flotilla de la Libertad” era una iniciativa de militantes pacifistas sostenida por el gobierno turco. ¿Intentó el gobierno israelí responder con su ataque a la forma desenvuelta con que Ankara está manejando sus intereses en Medio Oriente? Es posible que así haya sido. ¿Tendrá este nuevo atropello a los derechos humanos alguna repercusión en la política práctica que se lleva a cabo en la zona? Es difícil creerlo, aunque a la larga las secuelas que este incidente dejará en Turquía pueden llegar a ser importantes.

Es probable entonces que por ahora no pase gran cosa. Las relaciones de poder en este momento de la historia están fijadas por la hegemonía del capital financiero que tiene a la fuerza militar de Estados Unidos como factor determinante. Las supuestas diferencias entre las naciones del mundo imperial carecen de consistencia y están destinadas a distraer a la opinión pública. Dada la rígida composición del Consejo de Seguridad, la ONU no tiene otra función que la de sancionar las iniciativas que provienen del ejecutivo norteamericano o que son respaldadas por este. La floja condena del secretario general de las Naciones Unidas, el surcoreano Ban Ki moon, al ataque israelí, no hace sino reflejar la posición del Departamento de Estado, que “deplora” lo ocurrido pero que no se pronuncia hasta que se agoten las investigaciones sobre el caso. ¡Cómo si hubiera mucho que investigar respecto de un violento abordaje en aguas internacionales a naves que aportaban ayuda humanitaria a un millón y medio de personas, encerradas en un campo de concentración urbano!

Las lamentaciones oficiales y las expresiones de buena voluntad que se prodigan hoy en torno del episodio de la flotilla humanitaria son en el fondo tan poco convincentes como las afirmaciones de Benjamín Netanyahu en el sentido de que la flotilla “no era un crucero del amor sino una operación terrorista” (!) Estas últimas afirmaciones son de una cínica desvergüenza, pero las módicas manifestaciones de rechazo que la acción del gobierno israelí genera en los países occidentales, no lo son menos.

El imperialismo conjugado en plural –norteamericano, inglés y europeo- no va a cambiar su carácter a menos que se lo fuerce a ello. Y no se ve por el momento ningún protagonista capaz de hacerlo. Del caos que nos promete tal vez surja un sujeto histórico listo para asumir ese papel. Pero, mientras tanto, habrá que seguir remando contra la corriente.

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