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11
JUL
2009

Un gobierno en la encrucijada

¿Consensuar o afirmar? El gobierno de Cristina Kirchner se moverá, de aquí en adelante, en torno de este dilema.

Las elecciones legislativas del 28 de Junio han puesto de manifiesto un corrimiento a la derecha de importantes sectores de la sociedad argentina. Entre las principales razones que lo explican figura la torpeza del gobierno para definir, comunicar y concretar una plataforma, su incapacidad para profundizar el modelo de cambio que lanzó en el 2003 y la fragilidad de una opinión muy susceptible de ser captada por el discurso de unos medios que en su inmensa mayoría han pasado a ser parte integrante del establishment que ha deformado la Argentina a lo largo de un siglo medio, con unos pocos interludios en los cuales algunos gobiernos populares intentaron revertir la corriente. Estos intervalos, sin embargo, estuvieron caracterizados por la falta de voluntad para tocar los fundamentos del poder ruralizante que los enfrentaba. Esa timidez les costó la vida.

La cuestión pasa ahora por saber si la presidente Cristina Fernández y su virtual cogobernante, Néstor Kirchner, sacan las cuentas de este revés electoral y definen una política que no se reduzca a la componenda con el enemigo para llegar con mayor o menor tranquilidad hasta el fin de su mandato, sino que se vincule a una articulación mucho más vigorosa de las políticas que hasta ahora han insinuado. Los primeros síntomas son ambivalentes. La necesaria búsqueda de un consenso con la oposición, que reclamó la Presidenta en Tucumán a través de su llamado a constituir una mesa de diálogo, es una proposición prudente. La cuestión es cuánto y de qué manera se pueden acordar los pareceres para la definición de un modelo de país entre dos proyectos claramente contrapuestos. Por otra parte, en la conferencia de prensa que siguió a la derrota, hubo el ofrecimiento de una rama de olivo a Pino Solanas y a Martín Sabatella y, poco después, un rediseño del gabinete en la cual se perciben señales de pertinacia en el rumbo adoptado desde el comienzo de la gestión de Cristina, lo que significaría que el gobierno está dispuesto a afirmarse en torno de algunos temas claves.

La transversalidad fue un dato inicial de la gestión Kirchner, que pareció en un primer momento adoptar la tendencia de formar un “frente amplio” para mejor gestionar su tarea. El problema consistió en que esa apertura de campo no buscó los acompañamientos más sustantivos para potenciarse. Luego esa tendencia se revirtió en un repliegue a las filas del justicialismo, ámbito no muy favorable para activar una política de cambio si esta no es vigorosamente propulsada desde la cúpula.

Las iniciativas más avanzadas de la gestión del matrimonio presidencial –recuperación de los fondos jubilatorios apropiados por las AFJP y renacionalización de Aerolíneas- no alcanzaron, como es obvio, para propulsar una política de crecimiento estructural. Esta sólo puede ser determinada por la afectación de las áreas decisivas en las que se funda el poder de la oligarquía agroempresaria: el área fiscal, con una reforma tributaria que favorezca una distribución más equitativa de la renta y potencie al Estado para llevar adelante un programa de industrialización sistemático; y el ámbito financiero, donde hay que acotar la fuga de capitales en que se ha especializado la Citi porteña. ¿Lo hará el gobierno, después de seis años de patear el problema hacia delante?

Un primer intento de empezar a nadar en esas aguas fue la resolución 125, que gravaba la renta descomunal derivada de la explotación de la soja y que podía también, por ese camino, inducir a un aprovechamiento más racional del campo. Instrumentada sin habilidad, es sabido como terminó ese episodio: en la rebelión agraria, en el estado de subversión que implicaron los cortes de ruta y en la fractura del PJ, que tiene importantes fuerzas vinculadas al sector campestre. La guinda que coronó el postre fue el desempate en el Senado de la Nación por obra de Julio Cobos, quien violó la lealtad implícita que el vicepresidente de la Nación debe al primer mandatario y que ha hecho de ese acto de traición la plataforma para su eventual candidatura a la presidencia en el 2011.

El establishment, en cuanto se sintió afectado así sea forma parcial en sus intereses fundamentales, reaccionó con enorme dureza y con una campaña de prensa de una virulencia inusitada, frente a la cual resaltó la indefensión del gobierno en esta materia.

La torpeza con que el gobierno enfrentó estos desafíos ayudó a llevarlo al impasse en que hoy se encuentra. Impasse, sin embargo, que no tiene porqué ser un callejón sin salida. Es tarde, desde luego. Después de cuatro años de crecimiento a tasas chinas se hace más difícil revertir la situación en el cuadro de una crisis mundial. Pero la absoluta carencia de respuestas de parte de la oposición a los problemas del país,
su fragmentación y su estupidez fundamentalista, que no tiene otro discurso que el del endeudamiento externo y el retorno a las políticas de los ’90, la hacen en buena medida impresentable. Su triunfo en los próximos comicios sólo podría poner al país al borde del caos y es de suponer que gran parte de la opinión argentina, más allá de la irritación que puede causarle el estilo Kirchner, va a ser capaz de discernir lo que está en juego.

A una parte de esa opinión llamó la Presidenta en un primer momento, cuando citó al Proyecto Sur y a Martín Sabatella. La acogida que encontró en el referente partidario que se presume debería ser el más próximo al actual gobierno, el Proyecto Sur, de Pino Solanas, no fue muy alentadora. El cineasta parece engolosinado con el 24 por ciento de los votos que obtuvo en la Capital Federal, performance muy meritoria en sí misma, pero que alcanza apenas a completar un dos por ciento a escala nacional. Su respuesta a la invitación de la Presidenta rondó la soberbia, imponiéndole condiciones que desde luego no pueden ser acogidas sin perder la faz y, sobre todo, sin ceder a un ultimátum que ningún Ejecutivo que se respete puede aceptar. No es que esas condiciones sean en sí mismas malas, al contrario; pero la única manera de llevarlas adelante es un diálogo en el que se conserve la dignidad de los interlocutores.

El rediseño del gabinete anunciado esta semana tiene puntas interesantes, que marcan, probablemente, un esquema que esperamos sea más agresivo en torno a la comunicación y en el rubro económico. La designación de Amado Boudou en Economía y la de Aníbal Fernández como jefe de gabinete son, a nuestro entender, oportunas, toda vez que Boudou genera resistencias entre los voceros del sector más concentrado de la economía, el que debería ser directamente afectado por un real proyecto de cambio. En cuanto a Aníbal Fernández es dueño de un estilo directo y que no elude la confrontación cuando es necesario, cosa que molesta sobremanera a los mentores periodísticos de la opinión pública, que prefieren el ataque lateral y referido a aspectos superficiales de la problemática argentina, a la discusión de sus temas centrales. Esto es, la distribución de la renta y el paso de un modelo predominantemente agrario a otro que combine al primero con una industrialización acelerada del país. La democracia pasa en última instancia por la definición de estos rumbos y, por lo tanto, por un proyecto geoestratégico para la Argentina que tome en cuenta los datos que le marcan su historia y su inserción continental.

Parte esencial de esta batalla es la revolución cultural que el país se debe a sí mismo. El nombramiento de Jorge Coscia al frente de la secretaría de Cultura de la Nación es un paso positivo en este sentido, pues este otro cineasta deviene de un venero de ideas que nunca pudo configurarse como un partido eficiente, pero que ha influido profundamente en el desvelamiento de los datos principales de nuestra realidad económica y cultural. La izquierda nacional está íntimamente vinculada a los fundadores del pensamiento argentino moderno, agrupados en su momento en FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la joven Argentina), y ha sido un elemento fecundante para las clases medias, favoreciendo su adaptación a las coordenadas reales de nuestra sociedad y, por ende, para su nacionalización progresiva.

Hay muchas cosas en la bandeja. Hay la posibilidad de un consenso blando, que simplemente aceite la permanencia del actual gobierno hasta el fin de su mandato, y hay también la posibilidad de buscar consensos sustentados sobre bases firmes, que no especulen con la mera supervivencia y que por el contrario busquen prolongarse en el tiempo a través de la profundización, democratización, higienización y afirmación de un proyecto hasta ahora soterrado por el oportunismo. La anunciada reforma política y las internas abiertas podrían contribuir a esto, así como la apertura a las opciones de una democracia directa.

En fin, quien viva, verá.

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