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23
ABR
2008

Paraguay se incorpora a la corriente

La cuestión estriba en saber si la ola de fondo que la sostiene es capaz de remontarse a una superficie controlada por quienes se han esforzado siempre por contenerla.

El obispo Fernando Lugo acaba de ser electo presidente del Paraguay. Es una novedad auspiciosa, en la medida que implica el surgimiento de una persona no comprometida con el estamento corrupto que regía a ese país desde hacía décadas y que se basaba en un sistema de clientelismo que fijaba al grueso de la población del país en una inmovilidad negadora de cualquier esperanza de superación social. Pero Lugo se enfrenta a un Congreso potencialmente adverso y sus planes de reforma pueden estrellarse contra ese bastión regresivo. Le queda la opción de llamar a elecciones para una reforma constituyente, que puedan otorgarle el envión que necesita para complementar el poder moral, del cual lo ha investido su elección, con un poder ejecutivo que sea capaz de llevar adelante los cambios que el país necesita. Es el camino que eligió Hugo Chávez.
Pero Chávez tenía a un pueblo movilizado detrás de él y el respaldo de elementos sustanciales de las Fuerzas Armadas.
Lugo no lo va a tener fácil. Mucho de su éxito dependerá de la generosidad con que Brasil y Argentina lo traten. Las primeras expresiones del presidente Luiz Inacio Lula da Silva ante la pretensión paraguaya de renegociar los términos que regulan los acuerdos en torno de la represa de Itaipú, construida en la frontera de ambos países, otorgando un valor superior al precio barato que Brasil paga por la energía que deriva de la planta, han sido de seca negación. Brasil se atendrá los convenios previamente firmados.
Esto pone de relieve uno de los datos que hacen tan quebradiza la unión del Mercosur. Ya el gobierno argentino, con su tolerancia hacia los desplantes de los piqueteros “paquetes” de Gualeguaychú (motivada con toda probabilidad por consideraciones oportunistas de carácter electoral)1 hizo balancear de manera peligrosa al Uruguay hacia un acuerdo bilateral con Estados Unidos.
Los intereses de las empresas brasileñas y argentinas en Bolivia, por otra parte, (lo de argentinas es un decir, pues se trata de la transnacional Repsol-YPF, que de argentina no tiene nada) pueden comprometer aun más la situación ya crítica del presidente Evo Morales; en la cual no poca responsabilidad le cabe, tanto a él como a su vicepresidente Álvaro García Linera, por su política de fomento al autonomismo indígena que, si bien puede leerse como un acto de justicia retrospectiva, en la práctica acerca leña al fuego a los separatistas “cambas” como se denomina a los bolivianos de piel clara que son mayoría en el oriente del país.
De hecho estos han convocado a una consulta autonomista para el próximo 4 de mayo, haciendo oídos sordos a la declaración de ilegalidad de la misma, emitida por la Corte Nacional Electoral.
Dos proyectos
En América latina se están diseñando dos proyectos. Uno, que brota de sus profundidades y apunta a una construcción regional en gran escala, que nos devuelva a las postulaciones sanmartinianas y bolivarianas de las horas iniciales de la Independencia; y otra que apunta a rebalcanizar lo ya balcanizado; esto es, a romper las unidades nacionales ya existentes introduciendo el germen de un separatismo que invocará los pretextos más variados para justificarse. Desde las reivindicaciones de los “pueblos originarios” a los presupuestos de un autonomismo descaradamente inspirado en el interés de explotar para sí los recursos del subsuelo en los lugares mejor provistos de ellos; por supuesto en beneficio de los sectores que disfrutan del control de las palancas del poder y se encuentran en situación favorable para negociar su tajada con el imperialismo.
La primera tendencia es la más arraigada y expresa la intuición de un mandato histórico determinado por la cultura, el interés macroeconómico y la necesidad de aprender a defenderse en un mundo cada vez más implacable y cada vez más determinado por la agresividad de los ricos contra los pobres en aras del mantenimiento del principio de la maximización de las ganancias, que es la piedra basal sobre la que se apoya el sistema.
La segunda expresa el poder de las oligarquías y burguesías “compradoras” que han orientado –salvo en los intervalos en que emergieron fuerzas populares capaces de expresar, de forma más o menos caótica, el interés de las masas- la dirección de los asuntos en esta parte del mundo.
Su poder se fundó en su capacidad de concentración dineraria derivada de una situación de privilegio geográfico. Dueñas de los puertos, construyeron a sangre y fuego, a lo largo del siglo XIX, una situación de privilegio que recién en la primera mitad del siglo XX comenzó a ser rebatida por el ascenso de los populismos. La presión de esos grupos de poder oligárquicos, sin embargo, pareció tornarse abrumadora tras la ola represiva que barrió a Latinoamérica en la segunda mitad de ese siglo y que alcanzó el ápice en la década de los ’90, cuando el hundimiento del bloque del Este convenció a muchos de que la situación había quedado sellada y que la globalización neoliberal era invencible. El terrorismo de Estado, practicado primero en términos militares, encontró por entonces su consagración institucional en la devastación a que fueron sometidos nuestros países, a través de gobiernos formalmente democráticos, por medio de las políticas de privatizaciones irresponsables que empujaron al desempleo y la pobreza a enormes masas de gente, y por el auge de una corrupción rampante. Pero, como lo señaló en su hora Rodolfo Walsh, la conmoción es un estado transitorio. Los hijos de los vencidos y los habitantes de las periferias misérrimas de las grandes ciudades, volvieron por sus fueros y produjeron una serie de acontecimientos que acabaron, de una u otra forma, con los gobiernos entreguistas en Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Ecuador. Ahora es el turno de Paraguay.
Lo inquietante de esto, sin embargo, es que la pulsión de abajo que pugna por manifestarse en la superficie no encuentra en esta a representantes adecuados para responder a sus demandas. Estas se pueden resumir en soberanía, democracia efectiva, solidaridad y redistribución más equitativa de la riqueza. Pero esas aspiraciones se ven frenadas por la timidez o la complicidad con que los gobiernos ungidos para seguir ese camino hacen frente a las fuerzas del sistema. La crisis del modelo neoliberal precipitada por los desastres económicos producidos en el filo del nuevo siglo, implicó un desplazamiento del centro de gravedad político, por ejemplo, pero no supuso una transformación de este. Los modelos productivos argentino y brasileño, hasta ahora, se mantienen como una variante del modelo de dependencia semicolonial. Son gobiernos que asumen una tesitura renovadora en la política exterior, pues detectan la peligrosidad del momento internacional y son conscientes del valor que tendría una estructuración regional construida en torno de la autarquía y la defensa, pero que no terminan de asumir lo que proclaman, pasando de las palabras a los actos, fijando programas concretos de industrialización y desarrollo, y acotando, de manera total y definitiva, cualquier intento separatista que amenace la integración regional con la institucionalización de grupúsculos que con seguridad tenderán a chocar entre sí, debilitando y rompiendo las unidades nacionales que deberían confluir para constituir la unidad nacional mayor, la unidad nacional latinoamericana.
Abrir brecha
Se tiene entonces la estremecedora sensación de que se puede estar renunciando a una formidable ocasión de cambio. El Imperio y sus adláteres locales están al acecho y han comenzado sus prácticas desestabilizadoras. La incursión colombiana (con toda probabilidad con apoyo de inteligencia o algo más de parte de la CIA) en el Ecuador, las convulsiones en Bolivia y el lock out del campo en Argentina, que desabasteció al país y fue fogoneado por las transnacionales del alimento y la Sociedad Rural, que usaron a los pequeños y medianos productores como fachada para su ofensiva, ponen en claro que se están avecinando tiempos difíciles. El triunfo electoral de Fernando Lugo en Paraguay demuestra sin embargo que, en las bases, la inquietud por el cambio se sostiene todavía. No dejemos que se desgaste. Liberémosla por medio del lanzamiento de las políticas populares y de los planes estructurales que sólo pueden verificarse a través del ejercicio del poder del Estado. Latinoamérica, unida, jamás será vencida.
La frase parece manida, pero conserva una rigurosa actualidad.

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1 La puerilidad de esta actitud se puso en evidencia en ocasión del lock out del campo, que encontró a los asambeístas de Gualeguaychú en primera línea contra el gobierno de Cristina Fernández. Lo cual pone de manifiesto que los gestos de simpatía no compran los antagonismos de clase, en la medida en que este gobierno expresa –tibiamente- tendencias que chocan con el prejuicio antipopular del privilegio.

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