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17
MAY
2008

Golpismo para los tiempos que corren

Lo que su origen fue un tema económico, como el de las retenciones al agro, está tomando un giro que apunta a una franca desestabilización institucional.

Arrecia la campaña contra el gobierno instrumentada desde los grupos del agro, los monopolios de la comunicación y ahora el entero espectro de la oposición política. A título personal, no comparto todos los criterios del ejecutivo nacional, que no se decide a batirse de acuerdo al principio futbolero que afirma que la mejor defensa es un buen ataque. Es de temer que, de tanto contemporizar y no animarse a asumir las tareas pendientes de un proyecto industrialista, concebido dentro del marco de una superior unidad regional sudamericana, esté perdiendo una oportunidad de oro.

Pero ante el escandaloso ascenso de la marea neoliberal, la cual, ante la falta de resistencia que cree detectar se ha prendido a la garganta del gobierno y busca una desestabilización institucional que nos devuelva a la subordinación exterior y a la coerción económica interior contra los sectores menos favorecidos, se hace inevitable tomar partido. Y este no puede ser otro que la defensa de la institucionalidad y del legítimo derecho que tiene un Estado emanado de comicios democráticos, en el sentido de imponer una orientación económica que grave a los sectores de mayores recursos que se adjudican un crecimiento del Producto Bruto Interno que en realidad proviene mayormente de otros sectores. En primer término del esfuerzo y el sacrificio de millones de trabajadores.

Basta observar la acumulación de titulares en algunos de los más prestigiosos periódicos del país: “La oposición se unirá al reclamo del agro”, “Un clima de extrema tensión social”, “Camioneros se suman a la protesta”, y el carácter martillante y omnipresente de esta prédica en el ámbito televisivo, prédica apuntada a instalar el tema en los sectores de clase media más vulnerables al lavado de cerebro, basta contemplar esto, decimos, para comprender que se está ante una movida de características golpistas.

Golpistas, desde luego, en la medida en que pueden serlo en un país escamado por ese tipo de procedimientos. Esto es, que no se trata ya de “golpear a la puerta de los cuarteles” (casi vacíos por otra parte, como consecuencia de políticas erróneas a comentar en otra oportunidad), sino de fomentar un descontento que, ante un eventual nuevo desabastecimiento de las góndolas de los supermercados, instalará en la sociedad la expectativa inflacionaria. Una expectativa que nada tendrá que ver con la inflación que en la actualidad efectivamente existe, pero que puede ser considerada como vinculada a una mejor redistribución del ingreso y, en consecuencia, a un mayor consumo.

La otra inflación, la de veras peligrosa, es la que surge del sitio, del asedio, del bloqueo a las ciudades de parte de los productores agrarios, que desabastecen o amenazan con volver a desabastecer al grueso de la población metropolitana.

En un contexto psicológica y políticamente inestable, como es el que caracteriza a parte de nuestra clase media, y frente a un Estado sin respuestas, la práctica del cacerolazo se convierte en un instrumento de presión que puede conducir a choques mayores y a un vertiginoso descenso en la apreciación que merece el gobierno.

Parece evidente que, a pesar de lo exiguo de su compromiso con una reversión del modelo neoliberal que devastó a la Argentina durante las últimas décadas del siglo XX, el gobierno de los Kirchner resulta intragable para el establishment. Aunque más no sea por el potencial de cambio que tiene por ser una emanación de la voluntad democrática del pueblo.

Frente a los dos gobiernos Kirchner desde los medios siempre se han planteado problemas a los que se magnifica fuera de toda proporción. Primero fue la inseguridad, a la cual, sin embargo, los medios se cuidaron muy bien de vincular con la destrucción social generada por el modelo implantado por el neoliberalismo.

Y ahora es la “rebelión del campo”, que en realidad es la sedición de unos medianos productores bien provistos, y de una Sociedad Rural vinculada a las transnacionales, que los fogonea desde atrás. Para todos ellos nunca nada es bastante y requieren el total de la torta exportadora, sin importarles un adarme las posibilidades y los derechos que el país en su conjunto tiene de beneficiarse con una parte de producto de la renta diferencial agraria. Amén del derecho que tiene el gobierno de regular la producción para que no se produzcan los efectos distorsivos de un monocultivo –la soja-, generado por la coyuntura internacional y explotado irracionalmente.

Ahora bien, ¿cómo defender a quien no se quiere defender? Por contradicciones internas, por una frivolidad que presume que los problemas se arreglan por sí solos o por complicidad respecto al modelo, el gobierno nacional asistió a la ofensiva de una oposición cada vez más envalentonada, desde una pasividad de mal agüero. El primer síntoma de esta floja actitud estuvo dado por la complicidad o tolerancia que se tuvo para con los piqueteros “paquetes” de Gualeguaychú que, desde hace más de un año, bloquean de tanto en tanto los accesos al Uruguay, infiriendo un daño mayor al proyecto estratégico del Mercosur y violando el derecho internacional.

Si no hay acuerdo con los productores, hay que salir de esa pasividad, apelando a los legítimos instrumentos de los que el gobierno dispone para liberar las rutas. La Gendarmería, para hablar claro. Cuidado, en cambio, en referir esa tarea a grupos de choque progubernamentales que podrían incentivar el clima de anarquía.

La clase dirigente argentina tiene poco de dirigente. Se engancha al primer tren que pasa. El modelo neoliberal consagrado sin tapujos en la era de Menem no encontró otra oposición que la de grupos aislados. Ahora, la ilegítima deuda externa que aún nos oprime ni siquiera ha sido repudiada formalmente y convertida al menos en un motivo de agitación en el Congreso y en los foros internacionales; y la opción latinoamericanista abierta por el Mercosur y por Venezuela en un momento de quiebre del modelo sistémico de los ‘90, ha sido asumida solo parcialmente. La oposición, por su parte, ni siquiera ha revisado el siniestro papel jugado por muchos de sus personeros en ese período.


Y mientras tanto el panorama mundial se está ensombreciendo. Las posibilidades de un conflicto mayor en el Medio Oriente se pronuncian. La crisis financiera ronda. La IV Flota norteamericana se inaugura en aguas del Caribe, con el pretexto de que Hugo Chávez se apresta a expandir su revolución a otros países de Sudamérica. Y también con la excusa de que lo hace para defender a Estados Unidos del narcoterrorismo…, ¡con un portaaviones y un submarino nuclear, nada menos! La globalización se militariza aceleradamente. El proyecto de los biocombustibles amenaza el equilibrio ecológico en grandes zonas de Sudamérica y a nosotros en ella… Pero todos estos problemas, que se ciernen sobre el mundo y que deberían ponernos en aptitud de enfrentar su amenaza, no parecen inquietar a nuestra dirigencia que, muy en especial desde el frente opositor, da la sensación de preferir el juego de masacre antes que la búsqueda de soluciones concertadas y caracterizadas por una visión de conjunto, que conciba a la sociedad no como a una vaca lechera susceptible de ser exprimida sin fin, ni como una oportunidad para obtener réditos electorales, sino como una base material y moral desde la cual concebir nuevos desarrollos.

Nos falta un trecho para constituirnos como una sociedad en serio. Deberíamos tratar de acopiar la actual experiencia para acortar el camino.

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