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10
MAY
2008

Las tendencias centrífugas en Bolivia

Tras la fase esperanzadora de la reacción contra la experiencia neoliberal, minada por la debilidad de unas dirigencias que no han sabido aprovechar la ola de fondo que las impulsaba, el Imperio contraataca.

Son estos unos días inquietantes para el país y para América latina. En Argentina, el lock out de los empresarios del campo está enfatizando una ofensiva contra el gobierno que este, hasta ahora, no se decide a enfrentar con el debido rigor. Con un frente de enardecidos pequeños o medianos productores y detrás de una pantalla mediática casi sin grietas, las corporaciones agrarias y ganaderas están tomando al país de rehén. Quieren el disfrute del máximo de sus ganancias sin tomar para nada en cuenta los intereses generales de la población. En aras de ese objetivo, parecen no vacilar en buscar la desestabilización institucional.

Pero nuestro tema de hoy es el referéndum de Santa Cruz, en Bolivia, otra página oscura que está indicando una recomposición del frente antipopular tras el cual se percibe la mano del imperialismo y de los sectores a ellos ligados. Ese referéndum ilegal, convocado para proclamar la autonomía de ese departamento del Oriente boliviano, se cerró con la aplastante victoria del Sí. Más allá del análisis circunstanciado de los guarismos, que revelan una gran proporción de abstenciones, proveniente, en su mayor parte, de la masa más pobre de la población, las cifras tienen un impacto innegable: casi el 86 por ciento de los votantes apoyó el estatuto y apenas un 14 por ciento votó en contra.

¿Significa esto que la aspiración a la autonomía (que disimula mal el propósito independentista de la región) consagra a la aspiración secesionista con una sanción democrática?

Depende de cómo se lo mire desde una perspectiva histórica. La secesión y la generación de estados desgajados del cuerpo de una nación madre, siempre han sido, desde la época de las revoluciones nacionales burguesas, intentos reaccionarios dirigidos a cortar, de la Nación, a las zonas donde las oligarquías locales concentraban una riqueza que las privilegiaba respecto de las áreas menos favorecidas del país, cuando no podían reducir estas a su voluntad.

O bien se trató de conflictos determinados por el deseo de esos mismos sectores de no perder su situación de privilegio a manos de otras regiones que estaban creciendo a un ritmo superior y en base a proyectos más modernos.

En el siglo diecinueve, Buenos Aires fue un ejemplo del primer caso. Cuando creyó no poder imponer su proyecto a la Confederación, intentó separarse de esta. El último de estos esfuerzos, casi a destiempo, pues el modelo argentino ya había sido fraguado por Mitre después de Pavón, fue la rebelión de Tejedor, sofocada en 1880 por el general Roca. Este ha sido muy difamado en los últimos tiempos, pero a él se debe, en última instancia, la estructuración de Argentina como una unidad. Inestable e injusta, si se quiere, pero unidad al fin, en vez de ser un espacio fracturado entre el Litoral, el Centro-Norte y una Patagonia no sabemos si chilena o independiente bajo tutela británica.

Por otra parte, si atendemos al Estado nación por antonomasia, Estados Unidos, no hay duda de que, desde el punto de vista de la voluntad de los pobladores del Sur, este debería haberse desgajado de la nación en 1861, ya que la inmensa mayoría de sus habitantes estaba a favor de la independencia. A la población esclava, que podría haber alterado un poco esta proporción, no cabía contarla, pues no era una protagonista del quehacer político, no disponía de volición propia ni tenía capacidad alguna de decisión.

Confrontado a esta situación, el gobierno de Abraham Lincoln no se preocupó mucho por la democracia. Expresivo del potencial del Norte industrial proteccionista enfrentado al modelo agroexportador librecambista del Sur, tomó la sencilla –aunque desgarradora- decisión de no dejar irse al Sur, y lo forzó, en una guerra que costó 600.000 muertos, a quedarse donde estaba.

Visto desde este ángulo, el carácter reaccionario de la movida autonomista de Santa Cruz queda en claro. Pero, como siempre ocurre en estas lides, en especial cuando se trata de países débiles, hay influencias externas que fogonean la disgregación. En el caso que nos ocupa no cabe olvidar que ya en 2003 Mike Falcoff, asesor del vicepresidente norteamericano Dick Cheney, vaticinó la pronta desaparición de Bolivia del mapa sudamericano. Y se debe tomar en cuenta que Philip Goldberg, actual embajador estadounidense en La Paz, fue una figura de referencia para articular la política norteamericana en los Balcanes durante la década de los ’90, momento en que se precipitó el desgarramiento de Yugoslavia. Su último destino fue Kosovo...

Los embajadores norteamericanos no desembarcan en los países adónde van dirigidos por azar o por su habilidad para trepar socialmente: son especialistas en los temas que hacen a las políticas que Washington quiere propulsar en determinadas zonas.

La situación boliviana en este momento se presta a todo tipo de manejos segregacionistas. De los nueve departamentos en que se divide Bolivia, entre cuatro y seis de ellos están controlados por el poder de los gamonales, es decir, por el caciquismo y la oligarquía latifundista. Santa Cruz, Pando, el Beni, Tarija, y hasta cierto punto Cochabamba y Chuquisaca, se encuentran en manos de los sectores conservadores, que se oponen al gobierno de Evo Morales, que sólo cuenta con un apoyo consistente en La Paz, Oruro y Potosí. A esto se suma el detalle, nada menor, de que en Santa Cruz se concentra el mayor peso en lo referido a la producción, al desarrollo y a la demografía, amén de detentar, junto a otros de los departamentos rebeldes a la autoridad del Estado central, enormes reservas gasíferas y petroleras que la convierten en un objetivo más que apetecible para las transnacionales.

Digamos que el gobierno de Evo Morales y de su vicepresidente Álvaro García Linera cometió no pocos errores que facilitaron la crisis actual. Uno de ellos fue la utopía de devolver su razón de ser a las “naciones originarias”, que si bien puede parecer una reparación histórica, no deja por esto de vulnerar un Estado que requiere de una centralización férrea si quiere mantener unido a un país que cruje por todas sus costuras.

Lo del reférendum del pasado domingo fue el primer acto de una pieza que recién se inicia. Ahora bien, frente a la amenaza de caos y al carácter desordenado y recorrido por las contradicciones internas del MAS, otra vez, como tantas otras en la historia de América latina, el ejército surge como valor decisorio. El racismo camba (o blanco) en Santa Cruz y sus reivindicaciones respecto de su automanejo y de la explotación egoísta de los recursos que contiene la tierra, y la probabilidad casi segura de que su ejemplo inspire a las otras zonas de Bolivia que quieren independizarse de La Paz, inquieta a las Fuerzas Armadas. La cuestión es saber de qué Fuerzas Armadas se trata. ¿Habrá a su frente figuras capaces de gravitar en la unidad del país sin romper la continuidad institucional? ¿Será esto posible? ¿Habrá en ellas sectores proclives a ser comprados por el imperialismo?

De lo que no cabe duda es que de la actitud de los países de América y en especial de los que conforman el Mercosur, dependerá en buena medida la integridad de Bolivia. Argentina y Brasil tienen en este sentido una responsabilidad sustantiva.

En oposición a los escarceos unitarios de Sudamérica de los que hemos sido testigos esperanzados en años recientes, los separatismos están siendo estimulados por el Imperio. No sólo en Bolivia, por cierto. Las reivindicaciones postuladas a propósito de la rica región de Zulia, en Venezuela, colindante con Colombia; y las que giran en torno de Guayaquil en Ecuador, son muestras de una maniobra que avanza.

Sólo la conciencia de estos problemas y la coordinación entre los países de Sudamérica para hacerles frente, podrán protegernos de los tiempos oscuros que me temo están a la vuelta de la esquina.

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